Bajaron del edificio académico y caminaron hacia el estacionamiento, pero al llegar se encontraron con que el viejo auto de Rubí había sido pintado con aerosol rojo. En un costado, con letras grandes y torpes, se leía: “ZORRA”.
Rubí se echó a reír, divertida. Definitivamente, esto no era obra de Zoey; no creía que ella fuera tan inmadura como para recurrir a algo tan vulgar.
Mientras Emily estaba lívida de ira, Rubí se cruzó de brazos y, aún sonriendo, comentó:
—¿Por qué te enojas? Solo alguien infantil haría algo tan ridículo. Cuanto más furiosa te pongas, más complacida estará la otra persona.
Y acto seguido, elevó la voz en el aire fresco del estacionamiento:
—¡Qué hijo de puta tan desagradable y aburrido hizo esto! ¡Si tienes agallas, sal!
No esperaba respuesta; lo había gritado solo por desahogarse. Pero, para sorpresa de ambas, una voz burlona de adolescente resonó desde atrás:
—No tienes vergüenza. No esperaba que fueras tan descarada... Te das aires de moralista a pesar de ser