A la mañana siguiente, Alexander se levantó desorientado. Aunque había tenido un descanso reparador, todavía estaba despertándose por completo, despabilando sus sentidos. El hombre frunció el ceño al ver que su madre, Marina, lo estaba llamando otra vez.
Tomó la llamada y, casi con un tono de hastío, expresó.
—Madre, ¿ahora qué es lo que quieres?
Al otro lado de la línea, la voz de Marina se escuchó.
—Estaba pensando, Alexander, en que deberías enamorarla. Es una buena idea. Las mujeres tenemos una facilidad para enamorarnos, lo admito. Podrías intentarlo. Enamora a Valeria. No solo ganarás su confianza, sino que capturarás su corazón.
—¿Por qué haría eso? ¿Cómo me pides algo así? —Alexander casi gritó—. ¡Enamorarla! ¿En qué sentido? Eso sería engañarla. Sabes que no siento nada por ella.
—¡Y yo me siento orgullosa por eso! —rebatió Marina—. Porque sé que eres un hombre de buenos gustos y no te enamoras rápido. Pero ahora las cosas son diferentes. Ella es de nuestro mismo nivel econó