Alexander depositó a Valeria sobre la inmensa cama de la villa italiana. Ella ni siquiera se inmutó, continuaba durmiendo profundamente, solo un ligero suspiro escapó de sus labios. Él se separó un poco, observándola desde ese ángulo. Pensó en lo hermosa que era, en lo delicada y frágil. Era esa fragilidad que él, irónicamente, quería proteger, pero que al mismo tiempo se daba cuenta de que él mismo había roto.
Sacudió la cabeza incesantemente. Era tonto seguir teniendo esa clase de pensamientos. Tenía que concentrarse en lo importante: Valeria solo tenía un precio. Ella valía el 50% de las acciones de la compañía familiar. Eso y su deseo de controlar por completo la empresa de los Beaumont debían ser primordiales en su vida. Pero cada vez que veía a Valeria, se llenaba de contradicciones, como si pensara que tal vez estaba equivocado, que no estaba viendo más allá de lo que solo quería ver.
Sin embargo, su ambición era una venda autoimpuesta que no quería quitarse. Con la intención