Esa mañana, Valeria se sentía agotada. Las enormes ojeras en su rostro eran el resultado de una noche entera de llanto. Aunque devoró el desayuno, lo hizo por pura obligación, no por apetito. Mientras comía, su mente vagaba hacia su madre, pero como de costumbre, no había ninguna llamada. Su madre rara vez se comunicaba, y cuando lo hacía, era para pedir dinero. Valeria se dio cuenta de que estaba sola en el mundo, sin nadie en quien apoyarse. La única persona en la que había confiado, su padre, ya no estaba; lo había perdido en un accidente a manos de un conductor ebrio.
De repente, la puerta de su habitación se abrió. Era el doctor Jones.
—Buenos días, señorita Neville. Le tengo buenas noticias —anunció con una sonrisa.
Valeria se sorprendió, pero esperó atentamente.
—Quiero que sepa que ya puede irse. Se encuentra perfectamente bien para volver a casa. Le deseo lo mejor.
Para Valeria, esa había sido la mejor noticia del mundo... hasta que el doctor dijo la palabra "casa". Ese t