Mientras tanto, Adam se las arregló para convencer a su mujer de marcharse de allí, ir a un lugar a comer y después volver. Marina, aunque no quería, terminó aceptando y se marchó, no sin antes dedicarle una última mala mirada a Valeria, quien seguía sentada al lado de su madre.
De pronto, el doctor apareció por allí. Al ver que los padres del hombre se habían ido, se dirigió a las dos mujeres. Valeria se adelantó.
—Así es, yo soy la esposa de Alexander —se presentó, con la voz todavía temblorosa.
El doctor, al darse cuenta de esto, asintió.
—Entonces también hablaré con usted sobre el estado de su esposo.
—Está bien, hija. Ve con el doctor.
Valeria siguió al doctor hasta el consultorio. Estuvieron allí conversando.
—Señora —comenzó el doctor, con calma—. El señor Alexander salió exitoso de una cirugía mayor. Las cirugías fueron necesarias para contener una hemorragia interna significativa y para reparar varias fracturas graves, incluyendo costillas y una pierna. Las primeras horas fu