Los días habían transcurrido con una rutina dolorosa. Diana había estado visitando recurrentemente el hospital para saber de Dina. Entraba a la habitación, peinaba su cabello y se quedaba con ella, incluso le hablaba, deseando que pronto se mejorara. Todo eso lo hacía constantemente, impulsada por años de amor maternal, a pesar de la verdad. Sin embargo, Alejandro se dio cuenta de que esa situación podía ser incómoda para Valeria. Decidió esa mañana hablar con su hija.
—Hija, puede que sea un poco incómodo para ti lo que está haciendo Diana—comenzó Alejandro, con la voz cargada de disculpa—. Por favor, quiero que me perdones y que nos perdones a los dos. Sé que puede ser un poco raro que estemos preocupados por la persona que casi te arrebata la vida.
Valeria, sabiendo por dónde iba su padre, se apresuró a tranquilizarlo.
—Papá, no tienen que darme explicaciones y tampoco disculparse por eso. Si te preocupa que me ponga celosa o me enoje porque mi madre está yendo a ver a la que casi