Alexander se obligó a terminar su jornada laboral. Sabía que Valeria estaba en casa de sus padres, y cada hora que pasaba era una victoria para los Beaumont. Tenía que verla. Tenía que conversar con ella, dejar de lado las recriminaciones y enfocarse en lo verdaderamente importante: los bebés.
En la majestuosa sala de los Beaumont, Valeria comía ensalada de frutas con desgano, obligándose a ingerir cada trozo para mantener su salud. Su madre, Diana, se acercó y se sentó a su lado, notando su palidez.
—¿Qué sucede, cariño?—cuestionó Diana—. Te veo apagada.
Valeria la miró directamente a los ojos, con el peso de la culpa en el alma.
—Mamá, lo que sucede es que finalmente hablé con Alexander y le pedí lo del divorcio—confesó—. Y todo eso me destrozó. Él no quiere hacerlo, pero realmente creo que la separación es lo conveniente para ambos. Sin embargo, no puedo evitar sentirme mal porque no quiero alejar a Alexander de los bebés. Estos bebés que llevo dentro de mí también son sus hijos.
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