Valeria le hizo una llamada a Alexander. Ella fue fría y directo al grano.
— Alexander vuelvo a recalcar mi petición, y es que quiero el divorcio.
—¿El divorcio?—preguntó él, otra vez furibundo.
—Sí—confirmó Valeria, sin titubear—. He tomado mi decisión, y es definitiva. Ya no hay vuelta atrás. Esto se acabó. Te lo dije anoche, pero quiero que quede claro. Quiero el divorcio.
Alexander luchó por mantener la compostura, su respiración era audible.
—Y creí que tú lo entendiste Valeria. No te daré el divorcio. No puedes separarte de mí así como si nada. Una cosa es que estés molesta conmigo, pero eso no significa que vas a alejarte y me vas a quitar también el derecho y la oportunidad de ver a esos bebés. ¿No lo entiendes?
Valeria se sintió entre la espada y la pared, pero su resolución era firme. No le iba a dar la oportunidad de manipularla con la excusa de los cuatrillizos.
—No te estoy pidiendo permiso para tomar mis decisiones, Alexander—replicó, su voz temblando por la tensi