Esa mañana, cuando Valeria despertó, se sintió un poco más enérgica que los días anteriores. Al menos no estaba tan decaída. Además, ya había tomado la decisión, y era momento de comunicársela a sus padres. Se puso presentable, se dirigió abajo, donde sabía que sus padres estarían desayunando.
Efectivamente, estaban en la mesa.
—Buenos días—saludó. Ambos correspondieron al saludo.
—Buenos días, Valeria. Te has despertado un poco más tarde hoy, pero no pasa nada—comentó Alejandro—. Supongo que estabas tan agotada.
Ella sonrió ligeramente.
—Así es, pero creo que he descansado lo suficiente. Estoy bien—admitió con una sonrisa sincera—. Además de eso, Papá, Mamá, tengo que decirles algo. Algo es muy importante y no cambiaré de opinión.
Alejandro y Diana se miraron, expectantes, aunque ya sabían que la decisión que venía se trataba de cambiar de aire. Esperaron a que su hija hablara. Valeria se sentó a la mesa, y pronto soltó el anuncio.
—Mamá, Papá, quiero irme a otra ciudad, a otr