Diana soltó una carcajada burlona ante la manera en la que Alexander se atrevía a desafiarla, como si él tuviera la de ganar. Ella era la única que podría salir victoriosa de todo eso; después de todo, tenía información valiosa. Al revelarla, pondría a Alexander y a su familia en un aprieto y, por supuesto, lo dejaría contra la espada y la pared cuando los Beaumont se enteraran de que Alexander se había atrevido a hacer un trato como ese con ella con el objetivo de quedarse con todas las acciones y, posteriormente, con el control de la compañía familiar de los Beaumont.
—¡Oficial, quiero salir de aquí! Ya no quiero estar aquí hablando con ese idiota —comenzó a gritar, desesperada—. ¡Ya no quiero seguir hablando con este idiota!
Alexander terminó dándose por vencido. Sabía que Diana terminaría abriendo la boca y soltaría todo; ya no había vuelta atrás. Se levantó y se fue sin mirar atrás, la sensación de fracaso pesando en sus hombros.
Cuando llegó a casa, se sentía demasiado extrañ