"¡Sal de mi cueva si no quieres perder la cabeza!" Grito furioso al ver el cuerpo desnudo de una loba, intentando seducirme dentro de mi propio refugio.
"Alfa, solo quiero servirte, ayudar a que la tensión abandone tu cuerpo". Insinuó con una coquetería evidente. Sin embargo, ni su desnudez ni sus encantos provocaron la menor reacción en mí. "Solo advierto una vez". Fue todo lo que dije antes de arrastrar a la mujer fuera de mi cueva, sin importarme su desnudez ni las posibles miradas. "Si vuelves a intentar ocupar un lugar que no te pertenece, no habrá piedad para ti". La loba recogió su túnica y se la puso con brusquedad, antes de salir furiosa al exterior de la gran cueva. El mal rato que esa mujer me hizo pasar, al querer entrar en mi lecho y seducirme para ser mi luna, aún me irrita. No la maté, no por clemencia, sino por la alarmante escasez de hembras que hemos padecido los últimos años. Matarla significaría arrebatarle a un macho, de mi manada o de otra, la posibilidad de hallar a su alma gemela. Con la furia contenida, busqué a Lyon para intentar apaciguar mi ánimo y preguntarle, como siempre, cuándo llegará mi luna. "¿Cuánto más, Lyon? ¿Cuánto más debo esperar por mi luna? ¡La necesito, estoy al borde de la locura!". La pregunta brotó cargada de desesperación hacia el sabio de la manada. Mi bestia interior, está desesperada sin nuestra alma gemela, nuestra droga, y la espera nos está empujando al límite de la locura. La creciente escasez de hembras es un tormento adicional, alimentando la angustia de los machos que, como yo, anhelan emparejarse y formar una familia. "Alfa, quisiera decirte con exactitud cuándo llegará tu luna, pero no tengo la respuesta. Lo que sí puedo asegurarte es que está mucho más cerca de lo que crees. Hoy sentí una energía diferente; todo está a punto de cambiar, y eso bien podría significar la llegada de la luna de esta manada". Las palabras de Lyon capturaron mi atención. Es la primera vez que me da esperanzas tan concretas sobre la llegada de mi luna, pues en ocasiones anteriores, siempre respondía que "todo llega cuando debe llegar", dejándome aún más frustrado. "Tu respuesta ya es algo, me da más esperanzas para encontrarla." Un suspiro de agotamiento y frustración escapó de mí al terminar de hablar. No habiendo nada más que hacer, decidí patrullar los confines de mi manada, asegurándome de que todo este en su sitio y de que ningún intruso pueda arruinar la paz que ha costado lograr durante los últimos años. El recorrido es el de siempre, monótono y vacío, pues aún no tengo a mi compañera. Anheló aquello que pocos logran y que todos deseamos encontrar: nuestra alma gemela. De regreso, un estruendo sacudió la tierra, poniendo todos mis sentidos en alerta. Luego, un resplandor cegador me envolvió por varios segundos. Cuando la luz se disipó, una fuerza desconocida me arrastró, o más bien me obligó a ir en dirección al origen del estruendo. Llegar al lugar fue sencillo; mi forma lobuna me permitió correr con agilidad por el bosque y, de ahí, ascender la empinada montaña sin dificultad. Fue entonces cuando una voz capturó mi atención. No es una voz cualquiera; al agudizar el oído, percibí la desesperación, la preocupación y el miedo en cada palabra de una mujer. Aunque este no es mi territorio, no puedo ignorar el peligro de una hembra, especialmente con la alarmante escasez que afecta no solo a los lobos, sino a todas las razas. A medida que subo, la desesperación en la voz de la mujer se apoderó de mí, solo para transformarse en el anhelo más profundo y esperado: he encontrado a mi compañera. No lo dudé un instante y terminé de subir lo que faltaba, casi que volando. Sin embargo, al llegar, la sorpresa fue mayor: ante mí esta una hembra que luce y huele como tal, pero al percibirla mejor, supe que no es una loba, ni chupasangre, ni de ningún linaje conocido. Es como si no perteneciera a este mundo. Continué detallándola, examinando a la que es mi hembra, y al contemplarla, mi falo se endureció. Es perfecta, sin importar que no fuese loba o que no fuese de este mundo. No pude evitar imaginarme rozando su redondo y firme trasero con mi falo, simulando embestidas hasta encontrar la entrada a su paraíso y dejar mi semilla en su interior para, un día, ver crecer a nuestros cachorros dentro de ella. "¡Ahhh!". Un grito, más bien el alarido de una criatura herida de muerte, escapó de mi luna, y mi atención se clavó al instante en el origen del sonido. Siguiendo su mirada aterrorizada, descubrí un oso, sus intenciones de ataque inequívocas. En el momento en que lanzó su zarpazo letal, me lancé entre ambos, deteniendo el golpe y atrayendo su atención hacia mí. No puedo perderla ahora, no después de haber esperado años para encontrar a mi luna. Al ver mi intervención, el oso se lanzó con furia asesina hacia mi. Sin embargo, su ataque fue inútil. Mi poder como lobo alfa excede el de cualquier lobo común; en apenas minutos, lo inmovilicé, acabando con su vida de un solo mordisco en el cuello. Rara vez matamos a las especies que cohabitan nuestro mundo, buscamos siempre la paz, pero este oso había querido dañar a mi luna. Su atrevimiento le costó la vida. El oso yace muerto, pero la verdadera batalla es con mi luna, que ahora me mira con un miedo evidente. Cada paso que doy hacia ella solo acentua su miedo, sellando la verdad que había empezado a sospechar: ella no es de este mundo. ¿Cómo, si fuese de este mundo entonces no podría ignorar la mera existencia de un hombre lobo? Si no es de aquí, ¿de dónde rayos viene? La magia no es un secreto, pero jamás he oído un solo cuento sobre otros mundos. "Lobito bueno y bonito, por favor, no me comas. Soy una humana insípida que solo te traerá malestar estomacal y mala suerte si me devoras". La voz de mi luna, frágil y asustada, se quebró al verme aproximarme, y por instinto, sus pasos buscaron la huida. Pero su súplica, tan sincera y absurda a la vez, me produjo una ternura inmensa; no pude evitar que mi mente piense en devorarla. Y aunque sí quiero saborear cada parte de su cuerpo, la forma en que anheló hacerlo nos deleitará a ambos. Para no seguir asustándola, volví a mi forma humana. Sin embargo, el cambio pareció ser aún peor: un grito ahogado brotó de sus labios, su rostro se tiñó de rojo y se cubrió la cara con ambas manos. "No te haré daño, mi luna. No sabes cuánto te he esperado". Susurré, intentando que mi voz la relaje. Ella, sin embargo, negó con la cabeza, los ojos todavía tapados con sus manos temblorosas. Balbuceó, como un lamento ahogado, que es imposible; ¿cómo un lobo gigantesco puede volverse humano en un instante? Seguro esta delirando. "Primero, ponte algo encima. Estás desnudo". La voz de mi luna se arrastró por el aire, apenas un murmullo que solo mi aguda audición pudo captar: murmuró y espió entre sus dedos, como si necesitara confirmar que mi presencia no es un espejismo. Su petición me sorprendió; para nosotros, quedar sin nada después de la transformación es lo habitual. Aun así, para no incomodarla, extraje una túnica de mi pequeño bolso, ese que siempre llevo previendo las transformaciones, y me cubrí de la cintura para abajo. "Listo, mi luna, ya puedes abrir los ojos". Le dije de nuevo. Ella se quitó las manos del rostro y abrió un ojo lentamente, como si temiera encontrarme aún desnudo y quisiera evitar la imagen. Su cautela me sorprendió, aunque, por su peculiar aroma y vestimenta, supe que para ella no es común ver hombres así. La idea me alegró, pensando que quizás soy el primero. Pero incluso si no lo soy, ella ya es mía. Su pasado o su origen no me importan; es mi lazo de alma y no voy a perderla, después de tanto esperar por ella. "Un taparrabos no es ropa, pero al menos no tienes tus genitales colgando al aire libre". Dijo mi luna al confirmar que no estoy completamente desnudo, aunque yo no comprendí muchas de sus palabras.