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Capitulo 2: Isla Axel Heiberg

"Se casó, Naty". La voz me falló al susurrarle a mi mejor amiga, luchando contra las lágrimas que luchan por liberarse. ¿Cómo es posible? Allí está él, radiante junto a otra, el hombre al que le entregué años de mi vida. Su sonrisa, la misma con la que me prometió un futuro juntos, ahora sella el desprecio de haberme reemplazado por alguien 'mejor en todos los sentidos', como me dijo cuando terminó la relación que tuvimos por cinco años.

"No derrames lágrimas por quien no las merece, Lyra". Me instó Naty, su voz una melodía rota de consuelo. Pero, ¿cómo ignorar la puñalada fría en mi pecho? Él sonríe, su mirada, esa que nunca me dio, ahora se posa en otra mujer, una con un estatus superior. Y aunque Naty insiste en que su desprecio abre la puerta a alguien que sí vale la pena, cada célula de mi ser se resiste a aceptar la realidad de esa sonrisa que no es para mí.

"¡Es imposible ignorar este dolor!". Escupí, la voz cargada por la furia y la frustración que Mark ha sembrado en mí.

"Me dejó porque no soy el puto estándar de belleza que estipula esta sociedad: 90-60-90 para un cuerpo 'perfecto'. A las mujeres con curvas abundantes como nosotras, nos desprecian por 'tener carne de más". Cada palabra es una herida reabierta, la traición quemándome al recordar que para él, yo no soy la mujer "perfecta" para presentar a su familia ni llevar al altar.

"Ese imbécil no te merece, así que ni pienses en ese pajarraco, y mejor acompáñame a mi próxima aventura en busca de lugares donde el tiempo y el espacio pueden comportarse de manera diferente. Esta vez, mi destino es la isla Axel Heiberg". Las palabras de Naty lograron su objetivo: desviar mi atención de la imagen de Mark en mi celular, aquel hombre al que le entregué años de mi vida. En su lugar, mi mente divagó hacia la excentricidad de mi amiga, quien ahora desea viajar al Círculo Polar Ártico. Su obsesión con los portales y la teletransportación la llevó a estudiar astrofísica, un campo que roza su fascinación, y a menudo yo terminó siendo arrastrada a sus expediciones. Aunque no soy amante del frío, necesitó algo que me distraiga de pensar en Mark. Un viaje al Ártico parece la forma perfecta de congelar cualquier sentimiento que aún me quede hacia el.

Una semana después, Axel Heiberg nos recibió con un frío que me llegó hasta los huesos; siento que hasta el trasero se me ha congelado. Naty, en cambio, nada en su elemento, feliz como pez en el agua. El clima más frío del mundo no puede desviar su atención de su trabajo. Yo, mientras tanto, peleó con el frío, pero el me va ganando"¡Amiga, ven, vamos! ¡El aparato ha registrado una anomalía!". Chilló Naty, desbordante de felicidad, y echó a correr hacia una cueva que parece esculpida en puro hielo. No me quedó más remedio que seguirla, escuchando de fondo al guía turístico que hemos contratado, advirtiéndole que tenga cuidado. Pero Naty, cuando se trata de posibles anomalías espacio-temporales, solo oye lo que le interesa.

"¡Amiga, aquí es más fuerte! ¡El aparato está volviéndose loco! ¡No puedo creerlo, por fin! ¡He encontrado lo que he soñado toda mi vida!". Naty estalló en un brinco de felicidad, sus ojos brillando con una convicción que yo no comparto. Aunque la idea de portales y teletransportación me resulta imposible de existir, jamás la desanimaría. Que yo no crea no significa que no pueda ser verdad.

Naty siguió avanzando, feliz, explorando la pequeña cueva de hielo, guiada por el titineo incesante de su aparato. Yo la sigo de cerca, al igual que nuestro guía, pero la escena cambió en un instante. Mis pies resbalaron sobre el hielo traicionero del suelo, y en un intento desesperado por no caer, mi mano se estrelló contra la pared de la cueva. Justo en ese momento, la tierra tembló con una fuerza inesperada, y los gritos, los de Naty, el guía y los míos, se alzaron al unísono. Sin embargo, fueron silenciados casi de inmediato por una luz intensa y cegadora.

Cuando la luz cegadora finalmente se disipó y pude abrir los ojos, el asombro me golpeó con la fuerza de un puñetazo: la cueva de hielo ha desaparecido. En su lugar, nos encontramos en una cueva de roca común y corriente, un espacio que, inexplicablemente, me llenó de un profundo temor. Pero ese miedo se intensificó hasta convertirse en pánico al darme cuenta de que no estoy acompañada. Ni Naty ni el guía estan a mi lado. Dondequiera que este, lo único claro es que estoy sola, y esa soledad no augura nada bueno.

"¡Naty, señor guía!". Grité, la voz desgarrada por la desesperación, mientras mis ojos recorren frenéticamente la porción visible de la cueva. Busco a mis compañeros, pero solo el eco cavernoso de mis propios gritos me devuelve una respuesta cruel y vacía. Volví a gritar, una y otra vez, llamando a amiga y al guía, sin comprender que mi insistencia es un error fatal. No solo no obtuve respuesta, sino que mis alaridos despertaron la furia de un oso. Ahora, frente a mí, la criatura se alza, y no se si su ira es por mis gritos o por haber profanado su dominio.

"¡Ayuda! ¡Auxilio! ¡Naty, un oso!". La súplica se rompió en el aire, inaudible para cualquiera excepto para mí misma. Nadie respondió. Ante ese animal salvaje, yo soy menos que nada, un simple bocado. El oso se acerca sin prisa, su furia creciendo con cada paso, y mi corazón es un puño desbocado que martillea sin piedad dentro de mi pecho.

"¡Ahhh!". El sonido rasgó el aire, una súplica inútil ante el inminente ataque del oso. La muerte, dolorosa y certera, se cierne sobre mí. Mis párpados se cerraron con una desesperación vana, buscando una fuga, un alivio, aunque fuese una ilusión. Esperé el impacto, la garra mortal que me arrancará la vida, pero el golpe nunca llegó. La confusión me obligó a abrir los ojos. Ante mí, la figura de un lobo marrón, de proporciones imposibles. ¿Es el miedo, multiplicando su tamaño hasta hacer que supere cinco veces, o más, a cualquier otro lobo normal? Mi mente lucha por discernir la realidad de lo que considero que es una pesadilla.

La rapidez con la que el lobo marrón despachó al oso me ofreció un alivio fugaz. Pero solo duró unos segundos, porque su mirada se clavó en mí y el terror me golpeó de nuevo. Seré su próxima comida. En un estúpido y desesperado intento, balbuceé palabras, rogándole que no me devore. ¿Acaso vi diversión en sus ojos? La idea se desvaneció al instante, al ver cómo su cuerpo se retorció y transformao. Un hombre. Desnudo. Mis manos volaron a mis ojos, tratando de borrar la imagen de esa monstruosidad entre sus piernas; algo que ninguna mujer podría soportar.

El hombre que antes era un lobo o al menos eso vio mi mente trastornada intenta tranquilizarme, pero me niego. Debe ser producto de mi imaginación que un lobo gigante se haya vuelto un hombre. Sin embargo, al darme cuenta de que no se marcha, le pido que se cubra, pues está desnudo. Unos segundos después, me dice que está listo. Con desconfianza, me quito las manos de los ojos y abro uno con lentitud para comprobarlo. Solo se cubrió con un taparrabo; el resto de su cuerpo está al descubierto, y se lo hago saber. Él me observa con una mezcla de curiosidad y admiración, lo que me hace sentir extraña. Me mira como si fuera lo más hermoso que ha visto, y eso es imposible. Él es un hombre que, al detallarlo mejor, aunque tenga cicatrices en cuerpo, aún así podría tener a la mujer que quera, y yo no encajo en esa lista por no cumplir los estándares de imágen de la sociedad.

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