13. POR MI
[SOFÍA]
Francesco no se mueve. Yo tampoco.
Es como si el tiempo se hubiera partido en dos: lo que éramos antes de estas palabras, y lo que somos ahora, suspendidos en el umbral de algo demasiado grande para nombrar.
Un segundo más. Otro. La tensión entre nosotros es tan densa que podría romperse con solo una exhalación.
—Tengo que irme —dice, por fin. Pero su voz no tiene prisa. No se aparta. No se mueve.
Solo me mira.
—Sí —respondo, sin convicción.
Francesco da un paso atrás, pero sus ojos siguen clavados en los míos. Cuando finalmente se da la vuelta y sale del camión, siento que me falta el aire. Como si el corazón se hubiera quedado con él.
Cierro los ojos. Me apoyo en la pared, tratando de contener el torbellino que me sacude por dentro.
Lo sentí.
Claro que lo sentí. Desde esa primera mirada en el garaje de Fiorano, cuando aún era un adolescente testarudo con sueños demasiado grandes para su cuerpo delgado. Desde que me dijo que, si alguna vez ganaba un Gran Premio, el primer men