Eva Davies.
Una semana después.
Me estoy adentrando en aguas peligrosas… juré no volver aquí, al menos hasta haber saldado todas las deudas de mi pasado. Creí estar lista, pero la inesperada visita de Adán a mi puerta lo cambió todo. Mi mundo, que hasta ese momento creía sólido y protegido, se tambaleó ante su sola presencia.
Sé que todo lo que sentí por él en su momento solo eran ilusiones de una joven desesperada por atención y afecto. Sin embargo… ¿qué ocurre con los demás? ¿Con mi madre, con el padre que supuestamente me acogió, con mi hermano…?
Recuerdo las palabras de mi psicóloga, pronunciadas con la calma de quien entiende la profundidad del dolor: sin perdón no hay crecimiento. No me sentía capaz de perdonar todo el daño que me hicieron, pero quizá, en el fondo, tampoco me perdonaba a mí misma por permitir que me lastimaran. No les quita responsabilidad, ni me otorga mérito; solo me muestra que resistir durante tanto tiempo no fue un acto de magia, sino de fuerza sostenida