Olivia.-
El aire de la iglesia era espeso, saturado de lirios y la humedad fría de lágrimas ajenas. Entré sintiendo cada paso sobre la alfombra como una obligación pesada, llevaba mi mascara de serenidad forzada.
No había dolor por Benjamín, hace mucho que lo había superado mi única preocupación era Martina. Vi el rastro de la pena en sus mejillas, no era un llanto histérico sino de esas lágrimas, espesas y silenciosas que duelen más.
— Estoy aquí –Martina apretó los labios en un línea delgada de dolor y asintió apenas, sin alzar la mirada.
Justo en el momento en el que nos sentamos sentí la mirada de mi ex suegra, levanté la barbilla instintivamente se acercó desde la primera fila, un velo inútil que no ocultaba el odio puro y petrificado en sus ojos inyectados en sangre.
Sus ojos se clavaron en mí como dardos congelados.
— ¡Tú lo mataste! ¡No tienes pudor desgraciada!
El funeral continuó con los murmullos de la gente hasta que la abuela de mi hija se detuvo junto a nuestro banc