Una semana más tarde, la mansión Whitmore parecía haberse asentado en una aparente tranquilidad, hasta aquella noche.
Madison, moviéndose con sigilo, y luego de haber sobornado a la guardia de la villa, se deslizó en el interior de la mansión.
Cada uno de sus pasos era extremadamente calculado, mientras se dirigía a la cocina, agradeciendo que ya todos estuvieran en la cama.
Una vez abrió la alacena, en la que guardaban todos los alimentos no perecederos, así como también las especias, comenzó a manipular algunos frascos.
Rápidamente, introdujo el contenido de una bolsita que sacó del bolsillo de su abrigo y lo vertió en el interior del frasco de orégano, después de tirar el contenido en una bolsa hermética que también llevaba consigo.
—Vamos a ver cómo reaccionas a esto, querido —dijo con una sonrisa maliciosa, antes de salir de la mansión, tan rápido como había llegado.
A la mañana siguiente, Jenna comenzó su jornada con total normalidad. Nada en lo absoluto le indicaba que había al