Ethan continuó lamiendo, chapado y mordiendo suavemente sus pechos. Una de sus manos se coló dentro del pantalón de ella buscando nuevamente la suavidad de sus labios verticales.
—Eres mía, Jazmín. Mía y de nadie más —susurró a su oído.
Aquellas palabras con las que Ethan pretendía derribar a la pelicastaña causaron un resultado diferente al que ella esperaba. Jazmín reaccionó empujándolo con ambas manos sobre el pecho, apartando su boca con dificultad.
—¡No! —exclamó, con voz temblorosa pero firme—. No esta vez, Ethan Whote. —Jazmín se desplazó hacia un lado logrando escabullirse de su control.
—¿Qué te sucede? —cuestionó él, respirando agitado, con los ojos entrecerrados.
—Sucede que no soy un juguete, que no puede venir y besarme, tocarme como se le antoja y luego tratarme como si no existiera. —espetó.
—¿Crees que no me importas? —preguntó él, mientras ella abotonaba desordenadamente los ojales de su blusa.
—Me besa, me confunde, me haces sentir cosas y luego actúa qu