El tren se detuvo, Jazmín bajó y caminó hasta un puesto de llamada. Sacó el papel con la nota y marcó el número que su amiga le había dejado anotado. No sonó dos veces, cuando oyó la voz de Tatiana al otro lado del teléfono como si estuviese aguardando esa llamada.
—¡Aló! —contestó la morena.
—Tati, soy yo, Jaz. —afirmó— Acabo de llegar al pueblo. Estoy en la estación del tren. ¿Puedes venir por mí? —preguntó con un hilo de voz.
—En seguida salgo para allá. ¡Qué bueno que hayas decidido venir! —respondió emocionada la morena.
Minutos más tarde, un coche se detuvo, era un auto poco moderno. La ventanilla bajó y una voz desde adentro le gritó:
—¡Jazmín!
La pelicastaña un tanto recelosa, se inclinó para confirmar si era ella, su amiga. La sonrisa espléndida de la morena y sus ojos saltones fueron la respuesta.
Jazmín se acercó al coche y la morena, le abrió desde adentro la puerta del copiloto.
—Sube de una vez, Jaz. —dijo Tatiana y Jazmín se apresuró a entrar en el automóvil