Kathleen vio como sus damas de honor se desquitaban con Shirley, todavía la atención de los invitados estaba puesta en sus amigas y nadie se había percatado de que ella, junto a dos guardias de seguridad, se encontraban colocados en la entrada.
Cuando la marcha nupcial comenzó a sonar, supo que había llegado el momento.
Alzó el rostro y dejó de pensar en que era una humilde limpiadora. Ella era la esposa de William, la futura madre de sus hijos y la que tenía en su poder la fortuna de los Hudson.
Se repitió en su mente las palabras de su marido: «Nunca más te humillará nadie».
Kath sonrió a su esposo que la miraba desde el altar.
Por su gesto, ahora era él quien estaba aguantando el no salir a su encuentro, pero ella puso su mejor expresión de felicidad para que supiera que estaba bien.
—¡Tú, gata callejera! ¡¿Cómo te atreves a aparecer por aquí?! —le gritó Shirley a la vez que se alzaba el vestido y corría hacia ella con la indignación en sus facciones.
Kathleen no se amedrentó, al