Paolo (I)

Aunque mis clases iniciaron con pie izquierdo gracias a quien bauticé “La rata loca suicida”, el tiempo en la U y la clínica compensaron el mal rato. Conocí a muchas personas nuevas, apenas en día uno y ya que traía experiencia, resultó un gancho para atraer gente.

Las tres primeras semanas fueron maravillosas, lo malo llegó al comienzo de la cuarta. Mi compañero argentino, Santi, solía dictar clases de dibujo en el depa o áreas sociales de la residencia; aquel día, hubiese deseado que fuese en los alrededores y poder llegar a casa a descansar en paz.

En cuanto atravesé la puerta, clavé la vista, atónito, en quien acompañaba a mi amigo. Su tez clara salpicada de pecas, ese cabello rubio con algunos mechones violeta y rosa de un lado, mismo que ataba en una coleta alta, vestía un overol de Jean oscuro —parecía amar ese tipo de ropa porque el día que le vi por vez primera llevaba algo similar— y ajustado a la cintura con un cinturón de cuero negro a tono con las Converse de
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