—Dios —me dije y cubrí mi cara por un instante con una mano, apenado por la intromisión—, lo siento, ahora sé que exageré, no debí venir.
Kevin ladeó la cabeza como respuesta y un segundo después, una nerviosa sonrisa decoró su sonrosado rostro mientras se llevaba una mano al codo contrario. Resultó extraño verlo así, cohibido, él solía ser muy seguro. —Omar, ¿viniste aquí por mí? Lucía impresionado al preguntar, más bien incrédulo, le costaba creer que fui capaz de abandonar mi viaje ante la preocupación que él supuso en mí. —Kev, lo siento, no sabía qué otra cosa hacer, te he llamado cientos de veces. —¿De-de ve-verdad estás aquí por mí? Afirmé con la cabeza sin decir una palabra. Ya estaba sorprendido por el nervioso comportamiento suyo que distaba y mucho del chico seguro y liberal, ese que buscaba la manera de ruborizarme siempre, pero lo que siguió no lo esperé. Cauteloso, casi temblando, de hecho, pa