Capítulo 40: La súplica de una madre.
Narra la autora:
Aquella noche de luna, el sonido del violín entonando una fascinante melodía, calmaba hasta a la mente más perturbada. Los altos y los bajos, la música que inspiraba a la mente artística y lograba hacerla viajar hacia tierras más amables que tan solo existían en el reino de la imaginación, era un privilegio digno de escuchar.
Entre Vivaldi, Paganini y sin menospreciar al piano de Beethoven o de Frédéric Chopin, la mente más cansada y agobiada, encontraba un saludable descanso. Sintiendo el agua de la bañera espumosa en donde Génesis Levana descansaba entre pétalos de rosas blancas, la loba blanca mantenía sus ojos violetas como amatistas, completamente fijos en el techo blanquecino de aquel baño. Su piel tan blanca como el perfecto marfil de las grandes obras de arte que reposaban eternas en los museos se tornaba roja a ratos en los que intencionadamente abría la llave del agua caliente para dejarla casi hirviendo, como si quisiera dañar su perfecta piel.
Cada uno de