Capítulo 44: El destino.
Ojos de oro miraban con suma atención al joven lobo que acababa de aparecer a las orillas de un lago, el primer maldecido lo observaba sin perder detalle dentro de su eterna vigilancia; ese era Elikai Kingsley, aquel al que debía acabar para asegurar la supervivencia de su legado inmortal, el niño de la profecía nacido del sol y de la luna que le regalaría, supuestamente, la muerte. Era un lobo hermoso, de fino pelaje negruzco y plateado, sin duda, un hijo de su casta legendaria, aun así, debía acabarlo, pues de no hacerlo, el perecería sin la oportunidad de amar a su Dalila, su compañera, y, aun y cuando la eternidad le resultaba tan dolorosa, no quería dejar de existir, pues para el no habría la paz de la muerte que sus hijos si tendrían al perecer.
En aquella bruma, Caín, el primero, pudo ver como aquel joven lobo se transformaba en un hermoso muchacho de cabellos plateados y piel morena, y sus ojos bicolores, dorado y amatista, lo miraron con desprecio, odio y aberración.
—Dalila