Capítulo 49: La humanidad.
El paso de los años se marcaba en cada rostro, en cada monumento…en cada lágrima que era arrastrada por el viento. Una monja ataviada en sus hábitos completamente negros, observaba el vaivén de las personas en aquella plazoleta y bajo la sombra protectora de un umbral antiguo. La luz del sol bañaba a los humanos, y ellos, en sus sonrisas y alegrías, no reparaban en su presencia.
Por supuesto, la luz siempre permanecía ajena a la oscuridad, y los humanos eran completamente ignorantes en aquellos tiempos modernos sobre los que eran como ella.
Hijos de la noche bendecidos con la inmortalidad.
—Hola señorita, es usted muy bonita. — dijo un pequeño que se había quedado absorto ante la belleza inmortal de aquella monja.
Jenica Petre, la monja vampiro y consorte del cuarto príncipe, dio una mirada fría y despojada al pequeño niño no mayor a los ocho años que se acercaba a ella con la inocencia propia de su tierna edad, con una rosa blanca entre sus manos que le obsequiaba a ella.
El color de