Cassandra, incrédula, dio un paso atrás, su risa ahora un filo de desprecio que cortaba el aire.
—¿Puedo hablarte como se me dé la gana, idiota? —espetó, su rostro a centímetros del suyo—. ¿No sabes quién soy? Quiero hablar con tu jefe.
Arnulfo, con una calma que escondía una tormenta, respondió:
—Yo soy el gerente. Yo dirijo el hotel.
Cassandra, con los ojos encendidos como brasas, dio un golpe al mostrador, el sonido resonando como un disparo.
—¡Llama al jefe de tu jefe! —gritó, su voz quebrando el silencio del vestíbulo—. Me aseguraré de que te despidan.
Arnulfo, sin inmutarse, inclinó la cabeza, un brillo de desafío en sus ojos.
—¿Quiere que llame al jefe de jefes?
Cassandra, con una sonrisa venenosa que prometía sangre, asintió.
—¿Necesito repetir lo que dije? Sí, quiero que lo llames. Es mi amigo.
Arnulfo, con una chispa de rebeldía que Leonela no había notado antes, tomó el teléfono y marcó una extensión.
—Señor —dijo, su voz clara pero tensa, como un cable a punto de romperse—,