Cassandra, con el rostro rojo de furia, abrió la boca para replicar, pero un nuevo sonido irrumpió en el vestíbulo: el crujido de botas pesadas contra el mármol. Un guardia de seguridad, un hombre corpulento con una expresión que no admitía discusión, apareció desde un pasillo lateral, su mano descansando en el walkie-talkie en su cinturón.
—Señora Fimbres —dijo, su voz grave y firme—, me temo que debe acompañarme a la salida.
Cassandra, atónita, giró hacia él, sus ojos encendidos.
—¿Qué? —espetó, su voz un chillido—. ¿Cómo te atreves? ¡Soy Cassandra Fimbres! ¡Soy VIP!
El guardia, imperturbable, dio un paso adelante, su presencia llenando el vestíbulo como una sombra sólida.
—Por orden del jefe, señora. Su comportamiento no es aceptable. Por favor, sígame.
Leonela, incapaz de contenerse, alzó una mano en un gesto burlón, sus dedos ondeando en un adiós sarcástico.
—Bye bye, hermanita —dijo, su voz goteando diversión, aunque sus ojos brillaban con una mezcla de triunfo y nerviosismo.
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