Después de conversar un poco más con Rodrigo, Marina sale de la sala con la mirada aterrorizada. Camina hasta su mesa y el peso de las palabras que oyó todavía resuenan en su mente. Sus pasos son lentos, y el corazón late acelerado.
Empieza a organizar sus cosas, sabiendo que debe dirigirse al «piso del diablo», como ya comenzaba a pensar.
Katrina aún no había llegado, y Marina siente un peso en la conciencia al pensar que, en el primer día en que habían tenido una conversación amistosa, ya estarían separándose. Era frustrante imaginar que una conexión tan reciente y prometedora fuera interrumpida tan abruptamente.
Respira hondo, intentando concentrarse. Coloca sus pertenencias en una caja, incluido el ramo de flores que Sávio había enviado como disculpa, y se dirige al ascensor. Cada segundo en el ascensor parece una eternidad. Al apretar el botón del piso donde Víctor Ferraz gobierna, el aire a su alrededor parece volverse más pesado, casi opresivo. Cuando las puertas se abren, sie