Marina siente que todo su cuerpo se tensa. El tono de él, la proximidad… todo parece conspirar para dejarla sin palabras. Su corazón se acelera, pero, al mismo tiempo, su instinto profesional la impulsa a buscar una salida.
Intentando mantener el control, desvía la mirada por un segundo y, con una voz más firme de lo que esperaba, pregunta.
— Vamos bien en el tribunal, ¿cierto? — El intento de redirigir la conversación hacia el trabajo es evidente, como una huida desesperada de la angustia que crece entre ellos.
Víctor, sin embargo, percibe exactamente lo que ella intenta hacer. Sonríe, pero no es una sonrisa de diversión; es una sonrisa afilada, depredadora. Se recuesta levemente, como si saboreara cada segundo del estrés que ella trata de disimular.
— Todo está bajo control, Marina — responde, su voz es calma, pero sus ojos permanecen clavados en los de ella. — El problema no es el juicio.
Marina, en una mezcla de nerviosismo y confusión, decide arriesgar una pregunta para intentar