Mientras está sentada viendo a su abogado interrogar a Marina, Joana no logra apartar la mirada de Víctor, que se encuentra al otro lado de la sala, cerca de la fiscalía. Él permanece firme, con la postura erguida y los ojos fijos en los testimonios que se desarrollan. Su presencia imponente solo aumenta el peso de la culpa que ella intenta reprimir.
Por más que quisiera, Joana sabía que no podía acercarse a él. La frialdad en la mirada de su hijo, aquella misma mirada que antes la llenaba de orgullo, ahora la atravesaba como cuchillas, dejando claro el abismo que los separaba. Su deseo de correr hacia él, abrazarlo y suplicar perdón se veía aplastado por la realidad de sus actos y por la barrera infranqueable que ella misma había construido.
Mientras la voz de su abogado resuena por el tribunal, Joana siente el pecho apretarse. Recuerda cuando Víctor era solo un niño, siempre a su lado, buscando su aprobación en todo. Ese era el mismo hijo que ahora la miraba como a una extraña, tal