Inconforme con la actitud de su novia, Víctor no permite que se vaya sin aclarar las cosas. Sale de la oficina apresurado y la alcanza en el pasillo. Cuando Marina está a punto de presionar el botón del ascensor, él la toma del brazo con firmeza, aunque sin agresividad.
— Espera, Marina. ¿A dónde crees que vas así? — pregunta con determinación.
Ella respira hondo, sin mirarlo, y responde con un tono controlado.
— Ya te dije que tengo que visitar a un testigo — responde, intentando soltarse de su agarre.
Víctor la observa, frustrado por la frialdad con la que lo trata.
— No hablo de eso. Te estoy preguntando por qué te vas así, tan molesta conmigo — insiste, manteniendo la mano en su brazo.
Marina suspira profundamente y finalmente lo mira a los ojos. Su mirada refleja cuánto le dolieron las palabras que escuchó en su despacho.
— ¿Cómo esperas que esté, Víctor?—replica, ofendida. — Después de oír cuánto menosprecias lo que estoy haciendo, como si fuera algo insignificante. ¡Como si mi