En la noche del viernes, Joana se sienta sola a la mesa del comedor; el silencio de la casa amplifica la soledad que siente. Rodrigo y Valentina habían salido desde la mañana hacia el nuevo apartamento, entusiasmados con los preparativos de la mudanza definitiva, y Xavier había embarcado de madrugada hacia Estados Unidos, dejándola con la habitual sensación de vacío. Una de las empleadas de la casa, impecable como siempre, se acerca para servirle la cena sofisticada en una bandeja de plata.
— ¿Víctor ya llegó a casa? — pregunta Joana, en un tono casual, mientras muerde un pedazo de su bistec poco cocido.
— Sí, señora — responde la empleada.
— Llámalo para cenar, dile que estoy sola.
La empleada duda un momento antes de señalar discretamente hacia el pasillo.
— No será necesario llamarlo, señora — dice, dirigiendo la mirada hacia Víctor, que aparece al final del pasillo, ajustándose los puños de la camisa con despreocupación.
— ¿Estaban hablando de mí? — pregunta él, con una sonrisa co