Es una mañana soleada de viernes, y Marina está frente al espejo, ajustando los últimos detalles de su ropa. Aunque está agotada por la rutina de los últimos días, hay una tranquilidad segura en sus movimientos. Desde que llegó a la ciudad para quedarse con su abuela, ella, sus padres y un primo se han turnado para asegurarse de que la anciana nunca esté sola en el hospital. El abuelo, a pesar de su esfuerzo por ayudar, es un hombre de edad avanzada y no puede pasar mucho tiempo fuera de casa, lo que hace que la responsabilidad sea aún mayor para los demás.
Marina recoge su cabello en un moño sencillo y verifica que su bolso esté organizado con los artículos que pueda necesitar, entre ellos, un libro para leer mientras acompaña a su abuela es esencial.
— Me voy, nos vemos por la noche — dice ella, acercándose a su abuelo y dándole un beso en la mejilla.
— Ve con Dios, mi amor, dale un beso a Lurdes de mi parte — responde su abuelo, Antônio.
Daniela aparece junto a la puerta de la coci