Joana está en el coche, impaciente, sintiendo el corazón latir con fuerza mientras espera a su hijo. Cada minuto de silencio parece interminable, y el miedo comienza a crecer dentro de ella: miedo de que Marina, con palabras persuasivas, intente hacer que Víctor cambie de opinión. Sin embargo, al recordar la mirada fría que el hijo lanzó a Marina, una chispa de esperanza le hace creer que, después de todo, él no perdonaría algo tan grave.
Tras algunos minutos, Víctor aparece en el estacionamiento del edificio. Camina hasta el coche con la expresión abatida, como si cada paso pesara una tonelada. Al abrir la puerta y entrar, su madre lo observa atentamente, sus ojos ávidos buscan cualquier señal de lo que él pueda estar sintiendo.
— ¿Qué hiciste, Víctor? —preguntó, sin poder ocultar la curiosidad mezclada con alivio.
— ¿Qué crees que haría? — responde él con la voz tensa y estridente. — ¿Querías que la golpeara, como estabas dispuesta a hacer? — dice, dejándose caer contra el respaldo