Sophie se miró al espejo con el ceño fruncido mientras se aplicaba su sérum nocturno con movimientos meticulosos.
Tenía la piel perfecta, el pijama más caro del hotel y aún así… se sentía derrotada.
—¿Qué diablos le pasa a Ethan? —masculló mientras se perfumaba el cuello y el escote con esmero.
No podía entenderlo. Desde que Ava se convirtió en la madre subrogada de su bebé, Ethan ya no era el mismo.
¿Cómo era posible que defendiera a una simple empleada delante de todos? ¡Delante de ella!
“Soy su prometida, maldita sea”, pensó con rabia, apretando con más fuerza el frasco de perfume.
El contenido casi se derramó sobre sus dedos, pero no le importó.
Unos toques en la puerta la sacaron de su espiral de ira. Giró la cabeza con lentitud, y una sonrisa cargada de veneno se dibujó en su rostro.
—Ahora va a ver… le enseñaré quién es Sophie Laurent —murmuró entre dientes, apretando la mandíbula.
Se levantó de su tocador, acomodó con cuidado el tirante del pijama de satén que dejaba poco