Esa noche, Sophie Laurent se encerró en la habitación privada del hospital que había ordenado preparar para su esposo.
Ethan dormía con expresión cansada, como si el peso de los últimos meses finalmente hubiese colapsado sobre él. Ella, sin embargo, no podía cerrar los ojos.
Molesta. No, furiosa. Pero lo disfrazaba con compostura, como siempre.
—¿Así que la llamaron desde el hospital? —La voz sarcástica de su madre, Regina Laurent, llegó nítida por el altavoz de su móvil.
Sophie tenía el auricular apoyado entre la mejilla y el hombro, mientras removía la crema de su café con lentitud mecánica.
—Segundo contacto. —Sophie apretó los labios—. Ava Brooks.
—¿Y qué hacía agarrándole la mano como si fuera su esposa? —espetó su madre con voz chillona.
—Exactamente eso me pregunté —resopló Sophie.
Regina rió sin humor.
—Cariño, recuerda: tú no estás enamorada de Ethan. Estás invirtiendo en un apellido y una cuenta bancaria —sus palabras eran frías y calculadoras—. No te dejes alterar por una