El magnate de los negocios Lewis Travis ya había roto el corazón de Samira una vez hace años, por lo que había decidido no permitirle que se volviera a acercar a ella. Pero lo que él le estaba proponiendo no era precisamente una boda, sino una relación más libre… Samira sabía que debería rehusar, pero resultaba muy difícil negarle algo a Travis. Además, era más madura que en aquella primera ocasión, por lo que podría arriesgarse a tener una relación sin ataduras con aquel atractivo playboy. Sin embargo, Samira quebrantó dos reglas: se enamoró de Lewis… y se quedó embarazada.
Leer más—Bien, jovencita, todos estamos deseando escucharla en la presentación de esta tarde —le dijo con una sonrisa el presidente de una de las compañías más importantes de los Estados Unidos a la esbelta rubia que estaba sentada a su lado—. Me parece que tiene la intención de hablarnos sobre el Mercado Europeo.
—Bueno… —respondió Samira algo nerviosa, aclarándose la garganta mientras intentaba desesperadamente encontrar algo que decirle a aquel distinguido caballero, que seguramente sabía mucho más del tema que ella misma.
Samira se preguntó ¿Qué demonios estaba haciendo en Nueva York? Las manos le temblaban tanto que tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para que la taza de café y el plato no se le cayeran de las manos. ¿Cómo podía haber accedido a dar la charla principal en aquel seminario financiero? Allí iban a estar reunidos los principales banqueros y economistas, todos los cuales eran obviamente mucho más inteligentes e importantes de lo que ella podría esperar ser.
Sin embargo, el anciano empresario pareció leerle el pensamiento, y le dio un cariñoso golpecito en el hombro.
—Cuando lleves tanto tiempo en este negocio como llevo yo —le dijo—, se dará cuenta de que no hay nadie tan inteligente que no pueda aprender algo nuevo cada día. Así que, no se preocupe. Estoy seguro de que lo hará muy bien —añadió con una sonrisa antes de que un grupo de abogados reclamara su atención desde el otro lado del vestíbulo.
Tras permitir que un camarero le sirviera otra taza de café solo, Samira hizo un esfuerzo por animarse. Después de todo, nunca se le hubiera pedido que participara en aquella prestigiosa conferencia si los organizadores hubieran pensado que ella iba a hacer el ridículo. Además, ella estaba a cargo de su propio equipo en el departamento de pensiones de Minerva Utilities Management en Londres.
La voz de Linda, una de las ayudantes de los organizadores de la conferencia, llamándola por su nombre le sacó de aquellos pensamientos. La mujer se dirigía a Linda abriéndose paso a través de los asistentes.
—¡Siento mucho haber tenido que ausentarme durante el almuerzo!
—explicó Linda con rapidez—. Desgraciadamente ha habido un pequeño problema con el seminario de esta tarde. El invitado que iba a introducir tu discurso llamo para informarnos que se ha enfermado. Mi jefe se ha pasado toda la mañana al teléfono, intentando encontrar alguien para sustituirle. Pero todo está arreglado. Y todo gracias a ti —añadió la mujer—. ¡Parece que tienes amigos en las altas esferas!
—No entiendo —resplico Samira sin saber de qué habla, algo aturdida por la rapidez con la que aquella mujer hablaba—. ¿Qué amigos en las altas esferas? No conozco casi nadie aquí en Nueva Cork.
—¿Cómo? Pues no es eso lo que me han contado —respondió Linda con una sonrisa—. Entonces, ¿qué me dices del maravilloso Lewis Travis?
—¿Lewis Travis? —repitió Sami, sin caer en la cuenta, mientras miraba a Linda con la boca abierta—. Bueno, sí… una vez me topé con alguien con ese nombre. Pero eso fue en España, hace mucho, mucho tiempo. Lo siento, pero me parece… estoy segura de que te has equivocado.
—¿De veras? —le preguntó Linda con una sonrisa—. Pues parece que el señor Travis sí que se acuerda de ti. De hecho, se negó categóricamente a ayudar hasta que mi jefe le envió por fax tu curriculum a su despacho. Y entonces, ¡como flash! Su ayudante personal llamó por teléfono para decir que el señor Travis personalmente estaría encantado de presidir la reunión… y de volver a ver a una vieja amiga.
¡Caballero! —exclamó Candy, mientras la cabeza de Samira seguía sin entender nada, no tiene idea de quién puede ser ese hombre del cual su compañera le habla
—. Allí está. Si te has olvidado de un hombre tan maravilloso, ¡deberías hacer que te viera un psiquiatra! —añadió Linda, dándole un codazo en las costillas—. No sólo es moreno, alto, guapo e increíblemente rico, sino también, según dicen las malas lenguas, soltero y sin compromiso. ¿Qué más podría pedir una mujer por Navidad?
—Todavía estamos en abril, así que todavía te queda esperar —replicó Samira, mientras se volvía a mirar donde Linda le indicaba.
—¿Y a quién le importa que no sea navidad? Un bombon como ese no se desperdicia asi de facil —preguntó Linda, con una risita—. ¡Me gustaría tenerlo envuelto en papel de regalo en cualquier época del año!
Sin embargo, Samira ya no estaba escuchando. Cada poro de su cuerpo estaba pendiente del hombre que estaba en la puerta que, muy relajado, recorría con la mirada todos los grupos de invitados. Cuando sus miradas se cruzaron, él se quedó muy quieto durante un momento antes de
hacer un gesto de asentimiento con la cabeza y de empezar a abrirse camino a través de los invitados para dirigirse hacia dónde ella estaba.
El primer pensamiento que se le vino a la cabeza a Samira era que alguien había cometido algún error. No era posible que aquel fuera el hombre del que ella se había enamorado hacía algunos años, no se parecía aquel hombre.
Por un lado, Travis era un apellido bastante común. Además, el Lewis Travis que ella había conocido era un joven profesor de la Universitario no un millonario. Ademas, normalmente vestido con unos pantalones vaqueros algo desaliñados y una chaqueta bastante usada.
Aquel hombre nunca le llegaría cerca a parecerse al del hombre distinguido, de aspecto inmaculado que se dirigía hacia ella.
Sin embargo, había algo en él que le resultaba familiar a Samira. Ella sintió de pronto que sus mejillas se tornaban calientes. De repente, sus sentidos respondieron instintivamente al reconocerle, haciendo que el pulso le empezara a latir rápidamente y el cuerpo inevitablemente se le echara a temblar.
—Hola Sami. Hace mucho que no te veía, ¿verdad?
Samira se quedó helada por la sorpresa sus ojos estaban grandes como platos. Le llevó algunos momentos asimilar la presencia de aquel hombre y asegurarse de su identidad. A pesar de que aquel traje tan caro, hecho a medida y la impoluta camisa de seda blanca le habían engañado por un momento, no había posibilidad de equívoco por el tono profundo y ronco de su voz, es voz que reconocía perfectamente desde hace años.
Efectivamente era Lewis Travis. La contemplaba con una expresión divertida con aquellos ojos verdes… Él era el último hombre del mundo que ella había esperado o deseado ver, especialmente en Nueva York, cuando estaba a punto de dar el discurso más importante de su vida.
¡Aquella situación no era justa! Se quedó allí, sin decir nada, mientras Linda aprovechaba la oportunidad para presentarse. Si Samira había esperado volver a encontrarse con el hombre que le había roto el corazón con tanta crueldad, nunca se hubiera podido imaginar una situación más desastrosa.
Siempre le había gustado pensar que Lewis se habría visto reducido a mendigo y que viviría delante de la Royal Opera House de Covent Garden y que un día, ella, muy elegantemente vestida, pasaría delante de él del brazo de un millonario. Lo que no había pensado era que, cuando se volvieran a encontrar, ella llevaría puesto aquel traje azul marino tan
convencional y se sentiría totalmente atenazada por los nervios. Ciertamente, no había justicia en el mundo.
—¿Cuánto tiempo te vas a quedar en la ciudad? —Pregunto el tratando de que ella dijera algo
—Yo… yo —tartamudeó Samira, intentando recuperarse de la sorpresa—… estoy aquí sólo por unos pocos días.
Lewis esbozó una ligera sonrisa al ver la confusión de Samira y le preguntó dónde se alojaba. Cuando ella le respondió que en el Mark Hotel de la calle sesenta y siete hizo un gesto de aprobación.
—El servicio allí es realmente bueno. Entonces, ¿qué te parece Nueva York?
—Es un lugar sorprendente… tan animado y excitante —murmuró ella distraídamente—. Lo siento Lewis —añadió, encogiéndose de hombros—. No me puedo concentrar en nada en este momento. Bueno… es fantástico volver a verte después de todos estos años, pero, desgraciadamente, estoy a punto de dar un discurso delante de unas personas muy importantes y… ¡nunca me he sentido tan nerviosa en toda mi vida! —exclamó, con la taza y el plato del café sonándole en las manos como un par de castañuelas.
En un abrir y cerrar de ojos, Lewis Travis apareció hacerse dueño de la situación. Con una sonrisa cortés se deshizo de Linda y luego acompañó a Samira hacia el bar, donde procedió a pedirle una copa de coñac.
—¿Estás loco? —le preguntó ella, horrorizada—. ¡acaso no vez que tengo que dar un discurso! Me parece suficente con sentirme nerviosa como para terminar ebria diciendo disparates.
—¡Tonterías! ¡Bébetelo!
—A ti te da igual, claro —protestó ella, avergonzada por ver que estaba haciendo exactamente lo que él le pedía—. Tú no tienes que subir al podio dentro de unos pocos minutos y hacer el ridículo delante de las mejores mentes financieras de Nueva York. ¡Sólo yo sé que va a ser un completo desastre!
—¡Bobadas! —le espetó él con firmeza—. No sólo eras mi mejor y más brillante alumna hace ya algunos años sino que, a juzgar por tu curriculum, parece que has conseguido avanzar rápidamente en tu carrera y hacerte un hueco muy importante en tu campo.
—Sí, pero en Nueva York, me dijiste que sólo querías una aventura. —¡Vamos, Amira! Por una jugarreta del destino me encontré con el único amor de mi vida y me di cuenta enseguida de que seguía igual de enamorado de ti que antes. Si te soy sincero, te hubiera dicho cualquier cosa con tal de conservarte e impedir que desaparecieras de mi vida antes de que hubiéramos tenido la oportunidad de consolidar nuestra relación — admitió él—. Por eso, cuando vi que estábamos más a gusto que nunca juntos, tenía que proponerte una relación que te hiciera sentir tan libre como un pájaro. Sin embargo, tenía que permitirme verte tan frecuentemente como me fuera posible hasta que pudiera persuadirte de que me dieras otra oportunidad. —Lewis… si me hubieras dicho la verdad… —¿Cómo podría haberlo hecho? Podrías haber tenido una pareja en Londres. Además, tuve que convencerte para que accedieras a llevarme a casa de tu hermana durante aquel fin de semana. Créeme, ¡intentar mantener una relación a distan
—Sí, tienes razón —reconoció Lewis con un suspiro, antes de seguir utilizando toda la persuasión que tenía para conseguir que Henry le diera el paradero de Amira, ya que estaba convencido de que él sabía donde se encontraba. Y así se lo dijo al joven. —No —replicó él—. Estás equivocado. Amira me caló muy bien desde el primer momento que empecé a trabajar para ella. Ella sabe que yo no soy demasiado listo. Así que seguro que se ha imaginado que tú intentarías sacármelo, ¿no crees? Lewis asintió lentamente, reconociendo lo que le habría costado a Henry admitir la realidad con tanta franqueza. —De acuerdo… pero estoy seguro de que sí que sabes algo —le dijo, obligándole un poco más—. ¡Y no me marcharé de aquí hasta que te lo saque! —De acuerdo —suspiró Henry—. Supongo que lo contemplaré como un caso de solidaridad masculina. No sé dónde está, y eso es cierto. Todo lo que le pude sacar fue que está en algún lugar de la campiña inglesa, lo que significa que podemos descartar Escocia, G
Manteniendo su promesa, Amira pensó largo y tendido todo lo que había pasado esa noche entre ellos. De hecho, a la mañana siguiente, llamó a Henry para decirle que no iba a ir a trabajar aquel día. Y entonces no hizo otra cosa durante las veinticuatro horas siguientes que revisar, metódica y lentamente, el pasado y el futuro, con el mismo grado de concentración que hubiera empleado para tomar cualquier importante decisión en su trabajo.Al final, después de haber llegado a una conclusión inapelable basada en los datos de los que disponía, Amira cogió él teléfono.Lewis dio un profundo suspiro al reclinarse en su sillón. Todo aquel ir y venir atravesando el Atlántico, a pesar de hacerlo en el cómodo y rápido Concorde, estaba arruinando sus esquemas de sueño.—De acuerdo, Ruth. Me imagino que eso es todo por el momento —le dijo a su ayudante personal.—. Sé que te he hecho trabajar mucho durante estas últimas semanas. Pero si me pudieras mandar ese e-mail a Australia tan pronto como sea
—¡Espera! —exclamó ella, mientras la confusión y la sorpresa por la rapidez con la que él iba organizando todo le iban desapareciendo de la cabeza—. Todavía tenemos muchas cosas de las que hablar.—Supongo que ya te habrás ocupado de conseguir un buen médico — continuó él, ignorando la protesta de Amira—. Sin embargo, me gustaría tener la opinión de otro para poder estar tranquilos.Completamente descontenta con la manera en la que Lewis parecía ir tomando las riendas de las cosas y de su vida, Amira, trató varias veces de detenerle. Sin embargo, él seguía paseando arriba y abajo de la habitación, organizando detalles y tomando decisiones tanto para ella como para el niño, por lo que ella decidió esperar a que él se detuviera. Había muchas más cosas en juego entre ellos dos que un embarazo no esperado.—De hecho, cuanto más pienso en ello —le decía él—, más me parece que una boda en el campo, tal vez en la iglesia del pueblo donde vive tu hermana sería ideal a estas alturas del año —a
El silencio se adueñó de la habitación. Por mucho que Amira lo deseaba, no podía apartar los ojos de la figura de Lewis. Cada una de las sensaciones físicas que ella experimentaba con Lewis la asaltaban en aquel momento con más fiereza que nunca. ¿Por qué era él el único que le hacía latir el corazón de aquella manera y que temblara como si tuviera fiebre?Aquel hombre la había utilizado para sus propios fines. Estaba claro que no le importaba que ella pudiera perder su trabajo por aquella aventura. Si no era corrupto, tal y como ella le había acusado el día anterior, sí que era un hombre de negocios muy astuto, perfectamente capaz de sacrificar a cualquiera con tal de conseguir sus fines.Pero, a pesar de todo eso, ella sabía que él era el único hombre que ella podría amar, era el primer y último amor de su vida. Por muchos adjetivos que quisiera aplicarle, eso no cambiaría sus sentimientos.Sin embargo, tenía que ser fuerte. Tanto por él como por ella misma. Cuanto antes le sacara d
El roce de sus manos y de sus labios le había seducido completamente mientras él la acariciaba y le besaba los senos, pero al tocarle los pezones, ella sintió una molestia que le hizo recobrar la consciencia y volver al mundo real.—Cariño, ¿qué te pasa? —musitó él, mirándola con preocupación—. No quería hacerte daño, cielo… —añadió él, mirándole los pechos, que parecían ser más turgentes de lo que él recordaba.—¡Déjame en paz! —exclamó ella, sin escucharle, mientras le empujaba para poder sentarse e intentaba volver a ponerse la ropa. Pero no parecía ni ser capaz de eso, por lo que tuvo que dejar que Lewis le ajustara el sujetador.—Lo siento. No debería haberme dejado llevar de esa manera —se disculpó él—. De hecho, yo debería de haberme imaginado lo que iba a pasar. Cada vez que quiero tener una conversación larga y seria contigo, siempre parece que acabamos haciendo el amor.—¡Habla por ti mismo! —le espetó ella, mientras intentaba recogerse el pelo.—Sí, claro. Hablaba por mí mi
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