capitulo 3

Aquel hotel era fantástico. Aparte de rodear de lujos a sus huéspedes, tenía el aliciente añadido de que ponía a disposición de sus clientes una oficina completa en cada habitación, con fax, teléfono y todos los cables y mecanismos necesarios para conectar el ordenador portátil.

Todo ello significaba que podía seguir en contacto con su despacho de España a través del teléfono, del fax y del correo electrónico. Sin embargo, no dejó de sorprenderla el hecho de que su despacho intentara comunicarse con ella, dado que debería ser medianoche en España.

¿Habría surgido algún problema?

Pero el fax no provenía de la oficina de Mayorca. Samira abrió los ojos con incredulidad al ver el membrete que figuraba en la parte superior del papel. A pesar de que no estaba muy familiarizada con las grandes compañías norteamericanas, sabía que Broadwood Securities Inc era una de las empresas más importantes de los Estados Unidos. Su sorpresa fue aún mayor al ver que la carta llevaba la firma de Lewis Travis, presidente y director general.

Samira no se lo podía creer. Parecía que Linda estaba en lo cierto y que Lewis se había convertido en un pez gordo en el mundo de Wall Street. No era de extrañar que todos los asistentes a la conferencia de aquella tarde no se hubieran perdido ni una coma de sus palabras.

De hecho, le pareció bastante deprimente el darse cuenta de que, tal vez, su propio discurso no había sido tan fantástico como ella había imaginado, teniendo en cuenta quién le había presentado. Lo contrario sí que hubiera sido un milagro.

Samira intentó apartarse aquellos pensamientos de la cabeza y se dispuso a leer la carta. Ésta era muy breve y al grano, recordándole simplemente que le había invitado a cenar. Decía que Lewis pasaría a recogerla a las siete y media de aquella tarde para llevarla al restaurante Four Seasons.

¡Aquello era el colmo de la arrogancia! Samira estuvo a punto de enviarle otro fax, diciéndole que aquella tarde ya estaba comprometida. Sin embargo, recordó que debía agradecerle sus esfuerzos de aquella tarde, por no reconocer que efectivamente le apetecía verle. Al mirar al reloj, estuvo a punto de lanzar un grito de desesperación. Sólo disponía de tres cuartos de hora para lavarse y secarse su larga melena y para encontrar algo que ponerse, ya que, aunque no conocía Nueva York muy bien, sabía que el Four Seasons era uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad.

Una media hora más tarde, Samira se miraba ansiosamente en el espejo. Como viajaba con poco equipaje y había pensado que sólo era un viaje de negocios, no disponía de mucha ropa. Por eso, no dejó de agradecerse su buena suerte al comprobar que, en el último minuto, había decidido llevarse un sencillo vestido negro de crespón que llevaba formando parte de su guardarropa muchos años. Sin embargo, no era nada del otro mundo y ni siquiera un collar de perlas podría hacerlo pasar por caro.

¿Y qué importaba? No había ninguna razón en preocuparse demasiado por su apariencia, ya que no podía hacer nada para mejorarla.

Sin embargo, por la manera en la que Lewis la miró cuando apareció a las siete y media en punto, examinándola de arriba abajo, no pareció que él se sintiera muy decepcionado. Entonces, sin dejar de contemplar el pelo rubio platino que le caía a ella por los hombros, la escoltó hasta la limusina que les estaba esperando a la puerta del hotel.

Con las mesas situadas alrededor de una maravillosa plataforma de mármol, el restaurante ciertamente hacía honor a su reputación como uno de los lugares de moda de Nueva York.

Pero lo que nadie le había dicho a Samira es que también era un lugar muy romántico, aunque probablemente aquel ambiente se debiera a que la tarde, por lo menos para ella, estuviera adquiriendo un halo de magia y encanto.

Parecía imposible que, después de tantos años, ella y Lewis hubieran sido capaces de conectar tan rápidamente, como si absolutamente nada hubiera cambiado entre ellos. Aunque aquella sensación debía de ser un espejismo, ya que todo había cambiado mucho desde entonces. Pero, precisamente por eso, ella iba a tener que ir con mucho cuidado.

El hecho de que los dos se estuvieran riendo con las mismas cosas y disfrutando los cotilleos que circulaban sobre el mundo de los negocios no significaba demasiado. Lo que a ella le había dejado completamente sorprendida era que todavía lo encontrara tan tremendamente atractivo y sintiera un verdadero deseo de arrojarse en sus brazos, aunque era muy poco probable que él sintiera lo mismo.

Desgraciadamente, Samira no tenía ni idea de lo que Lewis estaba pensando. Frío, tranquilo, y profundamente encantador, estaba claramente dispuesto a hacerle pasar una noche inolvidable. Pero, mientras le contaba

cómo lo había contratado un banco de Norteamérica cuando trabajaba de profesor y cómo se había unido a su actual empresa como Presidente, no daba ninguna señal de lo que sentía por ella o por su anterior relación.

No era de extrañar que su relación hubiera acabado tristemente. Cualquier relación sentimental entre los estudiantes y sus profesores no había sido nunca bien considerada por las autoridades universitarias. En la actualidad, Samira comprendía que Lewis había actuado correctamente, tanto para proteger su posición académica como la futura carrera de ella.

Sin embargo, a pesar de que ella se había sentido completamente desolada cuando él decidió terminar abruptamente su relación, no parecía que nada hubiera cambiado. Lewis seguía siendo, para ella, el hombre más atractivo que ella había conocido.

Samira no estaba segura de sí sería el vino, pero se sentía débil y con la mente aturdida. Fuera lo que fuera, tenía que serenarse, luchar por aclararse la mente. Desgraciadamente, le estaba resultando demasiado difícil. ¿Cómo podría ella intentar apartar los recuerdos de la cabeza cuando estaban tan cerca el uno del otro? Cada gesto, cada movimiento de Lewis, cada vez que le rozaba el muslo con el suyo, hacía que le resultara a Samira mucho más difícil olvidar las veces que fiera y apasionadamente habían hecho el amor.

—Vale, Samira —dijo Lewis, sacándola de sus pensamientos—. Ya he hablado yo bastante. ¿Qué has estado tú haciendo durante los últimos nueve años?

—Bueno… —empezó ella, intentando olvidar el enorme atractivo sexual del hombre que tenía delante de ella—. He estado bastante ocupada. Ahora me encargo de administrar los fondos de pensiones de varias empresas y…

—No es a eso a lo que me refería —le interrumpió él, con un gesto rápido de los dedos—. Me interesa mucho más tu vida privada. Por ejemplo, me he dado cuenta de que no hay mención de un marido en tu curriculum…

—Bueno… —repitió ella, mientras intentaba encontrar una respuesta.

No quería decirle la verdad, ya que, con toda seguridad, él querría saber la verdad que se ocultaba tras la ruptura de aquel breve, pero desastroso matrimonio, no era buena idea mencionarlo y mucho menos informar a todo el mundo de su nefasto matrimonio.

Al acceder a casarse con el pintor Antonio Stuard a pesar de seguir enamorada de Lewis, Samira había cometido la peor equivocación de su vida. ¿Cómo podría explicarle que ella había sabido que el matrimonio estaba sentenciado al fracaso incluso desde el momento que salían por la puerta de la iglesia? ¿Cómo podría explicarle que sólo lo había hecho para demostrarle a Lewis que no sentía nada por él, y que incluso si él no la deseaba ni la encontraba atractiva, había muchos otros hombres que no opinaban lo mismo?

No… aquello era demasiado vergonzoso. No podía contarle nada de aquello a Lewis, y mucho menos en aquel maravilloso restaurante. Por eso, a pesar de que sabía que no contárselo podía acarrearle muchos problemas, Samira respiró profundamente y dijo:

—No… no estoy casada. Por supuesto he tenido algunas relaciones serias pero…

—Sí, ya me lo imagino —respondió él lentamente, mirándola con intensidad el suave pelo rubio y los grandes ojos—. ¿Hay alguien importante en tu vida en estos momentos? —pregunto el muy interesado

—No… no —murmuró ella, dándose cuenta con amargura de que se estaba sonrojando—. ¿Y tú? —añadió ella, para evitar que la atención se concentrara en su vida.

—Sigo soltero —le respondió Lewis—. Aunque, por supuesto, he tenido algunas relaciones bastante serias durante los últimos años… — añadió. Samira se dio cuenta de que no era inmune a los celos, que le atravesaron como agujas, le molestaba saber que otras mujeres disfrutaron de sus caricias y fue algo serio—. Y he tenido una relación bastante duradera durante los últimos tres años.

—¿De veras? —murmuró ella, intentando parecer interesada en lo que él acababa de confesarle—. Tal vez deberías haberla invitado esta noche para que cenara con nosotros. En cualquier caso, la próxima vez que venga a Nueva York tienes que presentármela.

—Bueno… no. Me temo que eso va a ser un poco difícil —replicó Lewis, con un brillo divertido en los ojos—, porque esa relación ha acabado no hace mucho.

—¡Vaya! Lo siento—le dijo ella, pero por dentro su corazón se alegra de escuchar eso—. ¿Por qué… por qué rompisteis?

—Fue culpa mía —confesó Lewis—. Cuando llegó el momento de hacer algún tipo de compromiso permanente, como el matrimonio siento que no es para mí. Entonces es mejor alejarme. Supongo —añadió tras una pequeña pausa—, que la pura verdad es que no deseaba pasar el resto de mi vida con esa mujer en particular. Así que eso fue todo —concluyó, encogiéndose de hombros—. Esa es mi historia.

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