capitulo 2

—Bueno, sí, supongo que sí —reconoció Samira, encogiéndose de hombros, avergonzada por haberse mostrado tan vulnerable a los ojos de Lewis.

Desgraciadamente, no era sólo que se sintiera vulnerable. Sino tener tan cerca a ese hombre, al que no había visto hacía mucho tiempo, parecía estar afectando a su equilibrio y a su estabilidad. Tal vez debería echarle otro vistazo al discurso para lograr calmarle los nervios.

—No quiero volver a oír más que te menosprecias —le estaba diciendo Lewis con una sonrisa, mientras ella empezaba a sacar el discurso mecanografiado del bolso—. Créeme, ése es el peor de los errores.

—¿Cómo dices? —le preguntó ella, muy confusa.

—¿Son esas las notas para el discurso de esta tarde?

—Sí. Justamente estaba pensando que… ¡Eh! ¿Qué diablos te crees que estás haciendo? —exclamó ella, mientras él le quitaba los papeles de las manos.

—Me imagino que ya sabes de lo que vas a hablar ¿no? —replicó él, mirando rápidamente las notas.

—¡Claro que lo sé! —le espetó ella muy enojada.

—Bueno, en ese caso, no necesitas las notas —le dijo Lewis, ignorando la expresión horrorizada de ella mientras rompía los folios por la mitad—. No hay ninguna razón para que tengas que consultar las notas. Eso sólo conseguirá distraerte asi que saca lo mejor de ti y lucete.

—¡Genial! Gracias… ¡por nada! —le acusó ella, completamente indignada—. ¿Qué diablos se supone que voy a hacer ahora?

—Lo que vas a hacer, mi querida Samira, es entrar en esa sala y dar el mejor discurso de tu vida —afirmó Lewis, cogiéndola por el brazo para llevarla a la sala de conferencias.

—Nunca te perdonaré por lo que acabas de hacer—le amenazó ella—. ¡Nunca!

—¡Claro que lo harás! —replicó él con una sonrisa burlona—. De hecho, espero que me expreses tu más sincero agradecimiento cuando vayamos a cenar esta noche.

—¡Estarás loco o es que acaso ya vienes tomado! —le espetó ella.

—Bueno, sí —murmuró él, mirando la esbelta figura de Samira, que llevaba la suave melena rubia recogida en lo alto de la cabeza mientras unos delicados mechones le enmarcaban el rostro, ovalado y ligeramente

bronceado, en el que destacaban unos enormes ojos azules—. Sí, creo que tienes razón —añadió enigmáticamente—. Sin embargo, mientras tanto todo lo que tienes que hacer es respirar profundamente y… dejarles atónitos. Créeme, vas a tener mucho éxito.

Al entrar en la habitación de su hotel, Samira tiró el bolso en una silla, se quitó rápidamente los zapatos y se tumbó en la cama.

¡Que horrible dia! Cerrando los ojos para dejar que el estrés y la tensión se fueran reemplazando por la tranquilidad, tuvo que admitir, muy a su pesar, que Lewis había tenido razón. Sin las notas, no le había quedado más remedio que enfrentarse a su audiencia y, tal como le había dicho Lewis, les había dejado atónitos.

Mientras estaba sentada a su lado, al principio de la conferencia, intentando olvidarse del miedo escénico que se estaba apoderando de ella, se había empezado a dar cuenta de que, en realidad, había sido una suerte que fuera Lewis el que presidiera la reunión.

Desde el instante en que se había puesto de pie para dar la bienvenida a los delegados, haciendo un par de comentarios jocosos sobre Lewis Travis, que produjeron sonoras carcajadas en los asistentes a la conferencia, se los había metido a todos en el bolsillo. Todos parecían tan felices y relajado que, finalmente, cuando Samira se puso en pie para empezar su discurso, había conseguido tranquilizarse. De repente, se dio cuenta de que efectivamente sabía de lo que tenía que hablar, y, como todo el mundo parecía estar ansioso por escucharla, no tuvo ningún problema en explicar el contenido de su discurso.

Al finalizar, los aplausos resonaron en los oídos de Samir. Temblando, con una mezcla de agotamiento y alegría, se vio rodeada por una multitud de personas. Estuvo tan ocupada, aceptando las felicitaciones y respondiendo preguntas, que perdió a Lewis de vista. Desgraciadamente, para cuando recobró el aliento y miró a su alrededor, él había desaparecido.

Sintiéndose extremadamente culpable, ya que, efectivamente, sentía que debía darle las gracias, abandonó la conferencia y se dirigió a su hotel.

Entonces, una vez allí, tumbada en la cama, se dio cuenta de que no había manera de que pudiera ponerse en contacto con él. No sabía dónde vivía, ni dónde trabajaba. Si se paraba a pensarlo, ni siquiera sabía qué era lo que él estaba haciendo en los Estados Unidos.

Tremendamente avergonzada por haber estado tan absorta con sus problemas y no haber mostrado ningún interés en los de Lewis, se preguntó qué podría hacer para enmendar aquella situación.

Tras pensarlo algunos momentos, se dio cuenta de que la única persona que podría ayudarle era Linda. Sin embargo, al echar un vistazo al despertador vio que eran las seis. Con toda seguridad, Linda ya se habría marchado de su despacho y Samira no tendría ninguna oportunidad de ponerse en contacto con ella hasta el lunes por la mañana. Ya que el vuelo de vuelta a España era el lunes por la tarde, no tendría ninguna oportunidad de ver a Lewis ni de agradecerle su apoyo aquella tarde.

Sin embargo… tal vez aquello fuera lo mejor. Después de todo, a pesar de que Linda había dicho que estaba soltero, con toda seguridad un hombre tan guapo tenía que estar o casado o al menos estar inmerso en una relación sentimental.

Además, el breve encuentro que habían tenido aquella tarde no significaba precisamente una buena noticia. Era mucho mejor, para su propia tranquilidad, que no volvieran a tener contacto el uno con el otro.

A pesar de sus buenos propósitos, Samira se recostó en las almohadas, intentando desesperadamente controlar aquella repentina tristeza. Evidentemente, había habido otros hombres en su vida, por no mencionar un breve, pero desastroso matrimonio, al que había accedido tras romper con Lewis. Sin embargo, nunca había experimentado unos sentimientos tan profundos como los que había sentido por él… Ella intentó no desmoronarse, diciéndose que la relación con Lewis había ocurrido cuando ella era muy joven e inexperta y se había visto envuelta por las brumas del primer amor. Su vida había cambiado mucho desde entonces.

Había muchas cosas por las que ella tenía que estar agradecida: un trabajo que adoraba, un elegante ático, que a pesar de que le había costado un ojo de la cara había sido una magnífica inversión, un BMW y un sueldo que sus padres y hermanas consideraban una suma indecente de dinero.

¿Quién necesitaba el amor, el romance y todas esas ñoñerías? Ella estaba dedicada en cuerpo y alma a su carrera y sentía que tenía las riendas de su destino.

Justo cuando estaba asegurándose de que llevaba un estilo de vida completamente satisfactorio y de que un hombre atractivo era lo último que ella necesitaba en su vida, el fax que tenía encima del escritorio empezó a recibir un mensaje.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo