Manteniendo su promesa, Amira pensó largo y tendido todo lo que había pasado esa noche entre ellos. De hecho, a la mañana siguiente, llamó a Henry para decirle que no iba a ir a trabajar aquel día. Y entonces no hizo otra cosa durante las veinticuatro horas siguientes que revisar, metódica y lentamente, el pasado y el futuro, con el mismo grado de concentración que hubiera empleado para tomar cualquier importante decisión en su trabajo.
Al final, después de haber llegado a una conclusión inapelable basada en los datos de los que disponía, Amira cogió él teléfono.
Lewis dio un profundo suspiro al reclinarse en su sillón. Todo aquel ir y venir atravesando el Atlántico, a pesar de hacerlo en el cómodo y rápido Concorde, estaba arruinando sus esquemas de sueño.
—De acuerdo, Ruth. Me imagino que eso es todo por el momento —le dijo a su ayudante personal.—. Sé que te he hecho trabajar mucho durante estas últimas semanas. Pero si me pudieras mandar ese e-mail a Australia tan pronto como sea