Hannah fingía prestar atención a la pantalla de su celular mientras la estilista le arreglaba el cabello, pero en realidad no podía dejar de observar a la mujer. Había algo distinto en ella. Se veía tensa, con los ojos ligeramente hinchados, como si hubiera estado llorando no hacía mucho.
Daysi debía rondar los treinta, quizá un poco menos. Siempre tenía una sonrisa amable y solía preguntarle cómo había dormido mientras comenzaba a maquillarla. Aquella mañana no había sido la excepción: hablaba con la misma energía de siempre, riéndose por cualquier cosa. Pero después del refrigerio algo parecía haber cambiado. El parloteo habitual desapareció, y en su lugar quedó un silencio incómodo.
La mayoría de veces no hablaba demasiado con ella o ningún miembro de su equipo de apoyo. Respondía a sus preguntas con un escueto “bien” y luego la dejaba continuar con la charla. No era que Daysi le desagradara —en realidad le caía bien—, pero procuraba mantener cierta distancia con todo el mundo. Hab