Hannah fingió no escuchar a Nora y terminó de lavarse las manos. Con demasiada calma, sacudió el exceso de agua, tomó una toalla de papel y se las secó antes de arrojarla al tacho de basura. Luego se dirigió hacia la puerta sin dedicarle una sola mirada a aquella mujer desagradable. Era mejor ignorarla; lo último que quería era rebajarse a una discusión con ella.
Había intentado hablarle en el pasado, poco después de aquel día en que la encontró en la oficina con su esposo, en una situación comprometedora. Pero Nora había decidido que no valía la pena escucharla. Prefirió dejar correr el rumor sobre cómo Hannah había seducido a su marido. Y no se detuvo hasta destruir su reputación.
Ahora, ya no tenía nada que hablar con ella.
Nora se interpuso en su camino, obligándola a detenerse en seco. Su perfume caro le llenó las fosas nasales y le provocó un retortijón en el estómago. La mujer la recorrió de pies a cabeza con una mirada cargada de desdén, como si el solo verla le resultara ofe