Romeo y Gia

Ventimiglia, seis años atrás…

—Stupida ragazza (niña estúpida) ¿Cómo pudiste embarazarte de ese maledeto stronzo? (maldito estúpido) Eres una cualquiera, una maldita puta igual que tu madre.

Los gritos ensordecedores de don Mateo Cintolesi se escuchan en toda la sala de nuestra casa. Le había fallado al Don, a mio padre.

—Papà, per favore, ascoltami (papá, por favor escúchame) no fue mi intención, pero amo a Romeo y… y…

—E merda, Gianna (y una m****a, Gianna)— me abofetea sin un ápice de compasión y siento como mis dientes se remueven en mi boca —, lo único que debías hacer era llegar pura y casta al matrimonio con Franchesco ¿Era mucho pedir? Eres una Stupida, Stupida. Ahora, seré el hazmerreír de toda Ventimiglia por tu culpa. ¿por qué no tuve hijos varones dios?

Se queja mirando hacia el cielo, sin soltarme de su agarre, mientras yo estoy mareada después de las cachetadas que me ha dado.

Era la mayor de tres hermanas, a penas y había cumplido los dieciocho años y ya estaba prometida a uno de los capos de la organización, quién era la mano izquierda de mi padre, un hombre de treinta y tantos que era tanto o más malvado que el hombre que me había dado la vida y que ahora me la quiere quitar.

—Pàpa…

—llévensela a su habitación, ya veremos como solucionamos este problema y ustedes busquen a ese maldito figlio di puttana que deshonró a la famiglia.

—¡Pàpa!

Mis súplicas no fueron escuchadas por los hombres de mi padre y menos por él. Trataba de soltarme de su agarre, mientras gritaba y pedía por Romeo, por su vida y por mi vida…

Me lanzaron a mi habitación y cerraron la puerta por fuera y grité, golpeé la madera hasta quedar sin aliento y con los nudillos rotos, pero no pasó nada. No sé cuánto tiempo había transcurrido cuando de repente la puerta se abrió y era Doménico, el consigliere y mano derecha de mi padre y el papá de Romeo.

—Mia principessa ¿Qué fue lo que hicieron?

—Dom, lo siento yo… no quería enamorarme de Romeo, perdonami, per favore (perdóname, por favor)

—Oh mi niña, lo siento tanto, pero debes acompañarme.

Doménico me tomó por los brazos y me alzó como si fuera una princesa, me llevó a la sala de tortura que estaba ubicada en el sótano de la casa, custodiada por cuatro hombres. Con lágrimas en los ojos me depósito en el suelo para quedar frente a mi padre, que nos veía con una sonrisa terrorífica y ahí… Ahí fue que lo ví a él. Encadenado de manos y pies, con la sangre escurriendo por su cuerpo, en la cruz que tenía mi padre para expiar sus culpas.

—Romeo— dije en un susurro y él me miró a los ojos con tristeza— ambos sabíamos lo que iba a pasar.

—Esto es lo que logran por no acatar mi mandato. Doménico qué prefieres ¿Rápido o lento? Es lo único que te puedo ofrecer.

—Rápido signore, per favore.

Doménico lo dice rápido, doloroso y sabiendo que en parte esta condena también es para él, dios santo ¡Romeo es su único hijo!

—Entonces será como tú lo pides, agradece que no te elimino a ti porque aún me sirves y has sido capaz de entregar a este mal nacido. Ahora di tus últimas palabras, figlio di puttana.

Se acercó a Romeo y levantó su cabeza para que lo mirara, el odio en su rostro era palpable y aunque quería acercarme para ser yo la que llevase todo ese dolor, Doménico me lo impedía.

—Pàpa, per favore, te lo suplico, mátame a mí. Él no tiene la culpa de nada.

—Cállate, maldita. Lo que te espera a ti es peor de lo que piensas. ¿Algo que decir antes de encontrarte con la puta tu madre?

—Púdrete, viejo de m****a…

¡Bang!

El disparo certero en la sien de Romeo resonó en toda la habitación y sus ojos llenos de lágrimas los que me acompañarían de por vida.

Frente a mí yacía el hombre que amaba, al que le entregué mis primeras veces. Aquél que jamás podría olvidar por el resto de mi vida.

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