—Ay cariño, esta no te la pudiste sacar—dice afirmando más que preguntando y yo me encogí de hombros.
—Es que soy irresistible.
—Ya llegará ese día donde te pongan el mundo de cabeza, mi niño y ahí te quiero ver.
—Eso jamás, Nathan Malory no nació para ser amaestrado.
Su carcajada sonora retumba en todo el piso y me hace reír a mí, pero lo que había dicho era cierto, no había nadie en el mundo que me pudiera doblegar. Era un tipo que había renacido de las cenizas por segunda vez y por fin disfrutaba de la vida como se me daba la regalada gana.
Enfilé mis pasos hacía el ascensor y me despedí de Abi lanzándole un beso al aire que recibió para después negar con la cabeza. Me metí en la cajita musical y marqué el primer piso, iba camino a mi condena…
Entré en la sala de urgencias y escuché el suspiro de varios, vamos era un tipo sumamente guapo, soltero y sin compromiso. Tenía claro lo que hacía mi humanidad al ser vista. Con mi cara de niño bueno me acerqué a la estación de enfermería y saludé guiñándole un ojo a las chicas.
—Hola guapas, ¿en qué puedo servirles hoy?
—Hola doctor — me saludaron Ana y Fernanda con coquetería.
— la tarde a estado tranquila, por ahora, pero usted sabe, es martes trece y uno nunca puede estar tranquilo.
—No creo en las supersticiones Anita, pero vamos que este turno será maravilloso con mi humilde presencia.
—La soberbia se te saldrá por los poros Malory, no asustes a mis chicas — me reprende Robert Emery, el jefe de esta área.
—Tranquilo Robert, vengo con la mejor de mis intenciones.
—Eso espero, no quiero tener que reclamarle a Cicarelli el haberte enviado aquí.
—Por favor, Bruno no es mi padre y ya entendí, pero me es difícil que no se fijen mí. Dile genética.
—Idiota— Ambos nos miramos como si nos estuviéramos retando, pero los gritos de una mujer me hicieron volver la mirada a la entrada de la sala de emergencias.
—¡Por favor, alguien que me ayude, mi hijo!
Con Emery corrimos como si estuviéramos en una competencia, la cual gano, felicítenme, oro olímpico. Tomo al niño en brazos, esta rojo y muy sudado, sus ojitos a penas y los abre, su respiración es irregular y está tosiendo mucho.
—¡Anna, trae mantas frías, el ecosonograma y un tubo de cuatro milímetros, necesito intubarlo, pero ya! — grito, sin siquiera haberlo examinado, lo que estaba viendo lo había vivido, este niño padecía lo que yo, estaba seguro en un cien porciento.
—Pero si no lo has visto— me grita Emery, intentando meterse con mi paciente y yo lo miro feo.
—¿Él tiene anomalía de Ebstein? — pregunto a su madre y ésta asiente—¡No te quedes parado Emery, este niño necesita poder respirar!
Para hacerles una pequeña idea de lo que padece el niño les cuento de que se trata su afección: La válvula tricúspide está ubicada entre la cavidad superior derecha (aurícula derecha) y la cavidad inferior derecha (ventrículo derecho) del corazón. Normalmente, cuando el músculo cardíaco se relaja, esta válvula se abre, lo que permite que la sangre entre en el ventrículo derecho. Cuando el ventrículo derecho se contrae para bombear sangre hacia el exterior del corazón, las tres valvas de la válvula tricúspide se cierran para impedir que la sangre fluya hacia atrás (o regurgite) del ventrículo derecho a la aurícula derecha. En la anomalía de Ebstein, la válvula está hundida dentro del ventrículo derecho y una o dos de sus valvas están pegadas a la pared del corazón. La tercera valva suele ser blanda y flexible. Esto impide que la válvula funcione correctamente. A menudo, la válvula no se puede cerrar completamente, de modo que la sangre regurgita a través de la válvula tricúspide y se dirige a la aurícula derecha. Cuando regurgita una gran cantidad de sangre, aumenta el tamaño de la aurícula derecha y disminuye el tamaño del ventrículo derecho.
Nota mental: hacer más entretenidos estos datos freak, si se puede con dibujitos…
Bueno, volviendo al punto, mientras intubo a mi paciente y Ana coloca los sensores del monitor cardíaco, la madre llora desesperada. Le hago una señal a Emery de que la saque de aquí y continúo con mi labor.
Una vez estabilizado, me quito los guantes y le sonrío al pequeño que a penas y abre sus ojitos, entiendo su carita de dolor, el sentir que estas cansado como un viejo y no puedes ni respirar es tortuoso, pero el tenía buenas posibilidades al saber que habían detectado su enfermedad, pero ¿Por qué no lo habían operado ya? El niño no tenía más de cinco años, una edad óptima para realizar la cirugía, creo que debería hablar seriamente con su tutora legal.
—Quédate tranquilo, ya podrás ver a tu mami — el pequeño cierra sus ojos y suspira, ya están haciendo efecto los calmantes que pasamos con el suero. Le doy las indicaciones a Anna y me dispongo a ver a su mamá.
—Doctor… ¿Cómo… cómo está Nicola?
Y ahí caigo en cuenta en algo, estoy frente a la mujer más hermosa que han visto mis ojos y me quedo sin palabras.