Gala
Esperaba en la calle, frente al edificio de Julieta y Pedro.
El aire estaba fresco y me quedé abrazándome a mí misma, repasando mentalmente cómo sería la noche. Mario, los amigos de Guille… ¿y yo?, ¿qué pintaba en todo eso? Me mordí el labio con nervios mientras miraba el reloj cada dos minutos.
El ruido de un motor me hizo levantar la cabeza. Sonreí al instante, esperando ver la moto negra que tanto me fascinaba. Pero no. Frente a mí se detuvo un auto pequeño, algo viejo, de esos que tienen más historia que pintura.
Fruncí el ceño, confundida. La ventanilla del conductor se deslizó y allí estaba Guille. Con una camisa azul oscuro que hacía que su piel se viera aún más bronceada y esos ojos que siempre parecían desnudarme con una sola mirada.
Mi sonrisa se ensanchó de inmediato.
Pero lo que no esperaba era la carita sonriente que apareció en la ventanilla del acompañante. Una niña. Ojos grandes, cabello oscuro y un vestido amarillo que parecía brillar con más fuerza que el coch