Capítulo 128
Los nervios de Marco aumentaban con cada minuto que pasaba. Aunque el doctor les había explicado que la cirugía de Andrea no era especialmente complicada, la sola idea de que su hija estuviera sola sobre la mesa de operaciones, bajo la luz fría del quirófano y rodeada de extraños, le resultaba insoportable. No podía hacer nada para protegerla, y esa impotencia lo consumía por dentro. Sentado en la sala de espera, apretaba los puños sobre las rodillas y miraba hacia la puerta cada pocos segundos, como si el médico fuera a salir en cualquier momento con una respuesta.
Nara, incapaz de quedarse quieta, caminaba de un lado a otro por el pasillo. Sus pasos resonaban sobre el suelo brillante del hospital, y cada tanto se detenía para mirar el reloj o para observar la puerta del quirófano con la respiración entrecortada. Sus ojos estaban enrojecidos de tanto llorar, y aunque trataba de mantenerse fuerte, el temblor de sus manos la delataba.
Marco la observaba sin decir nada. En