Era tarde en la noche cuando Jennifer escuchó el golpe: un toque pequeño y suave, como si quien estuviera afuera no tuviera ninguna prisa. Descalza, cruzó la habitación y abrió la puerta, medio esperando ver su rostro en el pasillo. En cambio, Cassandra se deslizó por la rendija en cuanto el pestillo cedió.
“Chica. ¿Qué te pasa?”, exigió, con los brazos firmemente cruzados sobre el pecho.
Jennifer cerró la puerta, la aseguró con llave y luego fue hacia el sofá. Tomó una almohada y se hundió en el cojín, jugando con sus uñas antes de finalmente alzar la mirada.
“No puedo volver allá, Cass.”
Cassandra chistó quedamente, lista para lanzarse en un sermón… hasta que realmente miró a Jennifer. La máscara alegre que Jennifer siempre llevaba puesta se había resquebrajado, y lo que se asomaba detrás hizo que los hombros de Cassandra se suavizaran. Se sentó a su lado y le tomó la mano.
“Hey”, susurró.
“Es como si el mundo tuviera una vendetta personal contra mí. Justo cuando empezaba a sentirme