El llanto de los trillizos resonó en el amplio pasillo del hospital, de manera desgarrador, y Sofie sintió cómo el corazón se le rompía en pedazos. Intentó mantener una expresión serena, pero sus manos temblaron ligeramente al estirarlas hacia Emma, tratando de calmarla.
—No pasa nada, amores. No estoy enferma. No los dejé por eso. Solo tengo algo importante que hacer antes de volver con ustedes… —mintió con suavidad.
—Así que le mientes a tus propios hijos, ¿eh? —inquirió Mathias con frialdad—. Di la verdad, Sofie. ¿Estás o no estás enferma?
Sofie se humedeció los labios. Estaba cansada de mentir, pero no podía revelar la verdad, no al menos delante de sus hijos; no quería verlos sufrir como lo estaban haciendo.
—No, no lo estoy —respondió rápidamente, aunque el nerviosismo en su voz la traicionó.
Mathias entrecerró los ojos, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Entonces, ¿qué es eso del «tratamiento»? —preguntó, con un tono tan frío como un témpano de hielo.
—Ese tratamiento…