Dos días después del incidente en el club, la rutina en la mansión parecía haber vuelto a la normalidad que se había instalado desde que la llegada de los niños a la vida de Mathias.
Mathias, sentado en la sala, repasaba al detalle una serie de documentos, mientras esperaba a Lukas, quien se encontraba encerrado en su despacho.
Irritado, dado que los niños estaban a punto de bajar a desayunar, listos para su primer día de clases, Mathias dejó los papeles a un lado, y se encaminó a la improvisada oficina de su hermano.
Al abrir la puerta, tal y como se temía, se encontró con Lukas frente a su estación de trabajo con los cinco monitores que le había conseguido, parpadeando a su alrededor. Lukas tecleaba frenéticamente, con el ceño fruncido, el cual, por momentos, era sustituido por una intrigante sonrisa.
Suspirando, Mathias se acercó a su hermano menor, y, con tono firme, dijo:
—Lukas, ¿en qué momento piensas salir de aquí? Te recuerdo que este no es tu único trabajo. Necesito hablar c