—Tú lo dices porque no te pasó a ti —responde Liz entre sollozos—. Terminé quitándole la vida a alguien. Aunque me hizo tanto daño, no merecía morir. Solo Dios puede quitar la vida, y yo terminé asumiendo ese papel.
—No fue exactamente así —la interrumpe Jack—. No fuiste tú quien la mató, fue el accidente. Aunque tú conducías, ella murió porque no llevaba el cinturón de seguridad y porque estaba contigo cuando sabía que no querías su compañía. Hay muchas razones por las que murió, y no fue tu culpa. No tiene sentido que te culpes por algo que no controlabas. Habrías sido culpable si la hubieras apuñalado o disparado, pero en un accidente de coche, en el que incluso tú podrías haber muerto, no lo planeaste. ¿Acaso querías matarte a ti misma? Porque por cómo hablas, parece que es lo que piensas. No tuviste culpa de nada, fue una fatalidad. Todo estaba en manos del destino, y eso fue lo que llevó a su muerte ese día. Además, si su madre desarrolló esquizofrenia, estoy seguro de que ya te