Eliza

Al llegar frente a la casa de mis padres, la botella de vino que había comprado en una bodega me parecía más un soborno que un regalo. Mis manos se apretaron con fuerza sobre el volante mientras miraba la reja, me pregunté por un momento si simplemente debía dar la vuelta y decir que me quedé atrapada en el tráfico. Pero no, tenía que acabar con esto.

Toqué el timbre y esperé. En cuanto la puerta se abrió y entré, me paralicé. Mi padre me sonreía. Sonreía. Como si hubiéramos compartido el brunch todos los domingos durante los últimos diez años.

—Al fin llegaste. —Dijo, extendiendo la mano para tomar la botella de vino, como si fuera una ofrenda sagrada.

Parpadeé. Dos veces.

Entonces apareció mi madre a su lado, prácticamente irradiaba felicidad.

—Mira cómo has crecido, Eliza. Estás tan hermosa.

Ok, ya sabía que me estaban tomando el pelo. Pero la cereza del pastel fue Jazmín, la misma chica que solía sacar mi ropa del clóset y llamarme peso muerto, ahora me estaba abrazando como