Eliza
Despertar junto a Luciano una vez más, se sintió como despertar en un sueño del que no quería salir. La luz del sol de la mañana se colaba entre las persianas, dibujando franjas suaves sobre su pecho. Él seguía dormido y, por un momento, sólo lo observé: sus pestañas, la forma de sus labios, la calma que siempre parecía habitar su rostro cuando no intentaba ser intimidante, juguetón o sarcástico. Se veía en paz, como si perteneciera a esa cama. Conmigo.
Me moví ligeramente y sentí el frío roce del aire contra mi piel. Entonces me di cuenta de que la sábana se había deslizado de mí y... Dios mío. Estaba medio desnuda.
Me congelé, luego parpadeé al mirarme. Mi camisón había desaparecido, la ropa interior no estaba a la vista, y lo único que salvaba mi modestia era una ligera sábana que apenas se aferraba a mi cadera.
Y ni siquiera sentí vergüenza.
Sí, estaba sonrojada y mortificada por el recuerdo de cómo me retorcí bajo la boca de Luciano como si fuera una mujer poseída, pero sobr